En su quinto cortometraje de animación, la directora polaca Dorota Kobiela cuenta una sencilla y escueta historia ambientada en la Segunda Guerra Mundial, en la que el protagonista es un niño que trata de repartir el correo por la ciudad de Varsovia, mientras ésta es destruida sistemáticamente por las bombas que no dejan de caer.
Pese a lo emotivo de su premisa, lo cierto es que Little Postman no me parece un cortometraje especialmente inspirado en su narrativa, y me da de hecho la impresión de que la propia directora tiene otras prioridades al realizarlo. Su breve duración hace que se sienta como una mera introducción a algo que merecía más contexto, y en cualquier caso la forma de contarlo parece algo descuidada, con un énfasis a mi juicio irregular que hace que el escaso tiempo del que dispone no esté bien distribuido. Sí me gusta su decisión de comenzar y terminar la historia en el mismo plano de una pared, dando la sensación de que todo lo que nos cuenta está contenido en ella y en cierto modo resaltando el despliegue creativo de crear todo un mundo de la nada y la ficción y la realidad como parte del mismo continuo. Y esta conclusión de hecho, parece pegar más con el mayor punto de interés que tiene esta obra, que no es otro que su técnica y realización.
El método de animación utilizado por Kobiela aquí es pintura a la que aplica un efecto estereoscópico. Como ocurría con, por ejemplo, las obras del artista callejero Blu, la animación a base de pinturas en superficies genera una estética muy característica en la que se permite que los dibujos surjan de escenarios reales y en la que la representación del movimiento se apoya en los trazos difuminados que dejan los objetos. Sin embargo, esta técnica carece de una percepción de profundidad adecuada, y este pero es el que soluciona Little Postman, logrando imágenes tridimensionales que mantienen su estética pero que permiten jugar mejor con el entorno, los elementos de fondo y los planos y perspectivas.
En este sentido y dado lo novedoso de la técnica, no puedo evitar ver este cortometraje como una prueba para aplicarla, más que como algo con pretensiones narrativas reales. Aunque ciertamente lo que nos cuenta es hermoso y muy probablemente tenga un componente emocional importante para su directora, creo que la razón de ser del mismo es principalmente explorar las posibilidades estéticas que conlleva este estilo de animación, y en ese sentido cumple bastante mejor que como la breve historia sobre el horror de la guerra que es. También hay un cierto doble filo en ello, porque la novedad formal que aporta hace que no dispongamos de un estándar con el que comparar adecuadamente la obra a ese nivel. En todo caso no hay duda de que es sumamente interesante por lo que aporta, y por mucho que en último término no me haya llegado a calar ni transmitir una emoción demasiado duradera, no me queda duda de que su mera existencia es muy valiosa porque avanza y crea nuevas opciones al lenguaje animado.