Dormitory (Nehir Tuna)

Entendida como un producto de denuncia, Dormitory es una película casi perfecta: Nehir Tuna ofrece cuanto pueda exigirse a un trabajo de este tipo. La asfixiante situación que sufre el protagonista principal queda perfectamente plasmada sin ninguna necesidad de subrayados o exageraciones. Los personajes son del todo creíbles, desde los intransigentes profesores del internado que habita el protagonista (tan sectarios como humanos) hasta su padre, a ratos amigable, de pronto brutalmente inflexible, pero siempre en contacto con su (extraño) sentimiento paternal. Este último cuenta, de hecho, con un interesante detalle: el manido personaje del padre de familia autoritario y convencido de estar haciendo lo correcto tiene aquí un enfermizo deseo, una suerte de necesidad de vivir en aquello que no pudo tener en su infancia a través de Ahmed. De ahí que su actitud oscile entre los más sinceros deseos de un buen futuro para el niño y el egoísmo más perturbador.

Así pues, el guión de Tuna cuenta con la vacuna anti-panfletaria (matices y contradicciones que alejen el título de absolutismos y posicionamientos —demasiado— binarios) que se espera de cualquier producto de denuncia. Por lo que respecta al terreno formal, Dormitory posee una planificación cuidadosa, con un predominio de encuadres muy cercanos a los personajes que a menudo son acompañados por acciones secundarias, estas señaladas a través de una elegante profundidad de campo. Un estilo (casi sobra decirlo) con marcadas reminiscencias al modernismo europeo; y si a ello añadimos la elección del blanco y negro y el hecho de que el protagonista de la película sea un escolar preadolescente que decide revelarse contra el sistema educativo, la asociación con el clásico de François Truffaut resulta casi inevitable. Aún así, la pretensión de exponer el conflicto entre las educaciones laica y religiosa (que todavía hoy sufre el país del director) dota al título de una personalidad propia.

Nada más empezar la película, un texto nos informa que a finales de los años 90 Turquía vivió el punto álgido del enfrentamiento entre partidarios de los internados religiosos y las escuelas laicas. Tuna hace referencia a la efervescencia de una sectaria red de educación musulmana tejida por Fethullah Güllen (si bien el internado en el que tiene lugar la acción pertenece a Süleymancılar, una línea de colegios igualmente religiosa ajena a dicho movimiento pero que supo aprovechar el triunfo del modelo Güllen para entrar en escena). El resultado fue un choque titánico entre los defensores más totalitarios de la condición laica del gobierno turco y el incontrolable imperio religioso (no solo educativo sino también empresarial, sanitario y periodístico) creado por Güllen. A continuación, también se nos informa de que algunos niños sufrieron el fuego cruzado del enfrentamiento entre ambos bandos. Es entonces cuando Tuna nos introduce en la vida de Ahmed, un muchacho que pasa las noches en un internado religioso y acude a una escuela laica (y privada) cuando sale el sol.

De esta dicotomía (internado de día, escuela privada de noche) surgen dos cuestiones algo encriptadas que un servidor no logró descifrar. La primera tiene que ver con el hecho de que, a juzgar por el texto mencionado, uno presupondría que Nehir Tuna quiere poner el foco en cómo algunos niños se convirtieron en las víctimas de dos comportamientos antagónicos pero igual de dogmáticos. Sin embargo, a la hora de la verdad, la película se centra casi exclusivamente en la conducta restrictiva del internado religioso: si bien también podemos observar el comportamiento agresivo de algunos partidarios de la educación laica, es el centro musulmán el que se lleva, de muy lejos, la peor parte. La segunda cuestión es que, teniendo en cuenta que el padre de Ahmed en todo momento se posiciona claramente a favor de la educación musulmana ortodoxa, la necesidad de que el niño vaya a los dos centros queda algo diluida.

Sí, es cierto, Tuna nos muestra las incursiones del ejército, la rapidez con que el internado debe ocultar cualquier rastro religioso y la animadversión irracional que sienten los alumnos de la escuela laica hacia cualquier “niño de internado”. De ahí se deduce, pues, el motivo de la decisión de impedir que el entorno de Ahmed descubra la verdad. No obstante, sigo sin entender la necesidad de que el muchacho vaya a los dos centros (una decisión que aumenta, de hecho, el riesgo de su linchamiento en caso de ser descubierto) cuando la intención del padre es, como dijimos, proporcionarle una educación estrictamente religiosa. De ahí que Dormitory me parezca una película que funciona (casi) a la perfección como producto de denuncia (concretamente, hacia la educación religiosa de carácter totalitario) pero que puede causar cierta desorientación si la entendemos como una reflexión algo más compleja sobre dicha dicotomía (al menos para quienes no estamos del todo informados sobre el contexto en el que tiene lugar).

Una desorientación que, por otra parte, no es necesariamente peyorativa: en mi caso sirvió para estimular mis deseos de documentarme y entender mejor el entorno que rodea esta película (que en ningún momento deja de ser endiabladamente interesante).

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