Tres freaks de un instituto situado en un barrio de Los Angeles ven cómo su condición social cambia tras entrar en contacto con unos pandilleros traficantes de drogas. Así de sencilla sería una buena sinopsis de Dope, película dirigida y escrita por un Rick Famuyiwa que hasta ahora había trabajado con tres comedias (Colegas, Brown Sugar y La boda de mi familia). No es que su último film peque de simple, sino que le hace falta muy poca base para lograr enganchar con la historia que aquí propone, cosa que consigue a través de un potente y machacón ritmo audiovisual.
El estilo videoclipero inunda casi todo el metraje de Dope. Aunque este calificativo podría parecer peyorativo, en realidad es una estupenda característica que ayuda a digerir su contenido. Y una de las grandes cosas por las que esta técnica funciona es que permite admirar en todo su esplendor la cultura y el ocio de los 90, principal motivación del protagonista que se refleja aquí en artilugios como la Super Nintendo o la Game Boy (la tocha, como debe ser), una vestimenta algo hortera y, principalmente (dado el contexto de la película), el ambiente hip hop que bien se deja notar a través de una apabullante banda sonora.
El protagonista de Dope podría clasificarse como una suerte de Malcolm X con el que comparte nombre… Y poco más. En efecto, aunque el espíritu de alzarse contra el orden social estipulado impregna a su personaje, este Malcolm poco se parece al conocido activista. Buena culpa de ello la tienen los secundarios que le rodean, encabezados por sus dos compañeros freaks y por unos pandilleros demasiado caricaturizados. La comicidad busca tener sentido por sí misma y no se torna en algo más ácido, lo cual le habría venido fenomenal a sus propósitos.
Decimos esto porque, a no pocos, la obra de Famuyiwa les podría llegar a recordar a Spike Lee en un principio. Pero lo cierto es que el cineasta californiano está lejísimos de poder conseguir algo tan rompedor como Haz lo que debas, por poner un ejemplo. La razón es que, por mucho que sus intenciones puedan ser las mismas, Dope acaba cayendo en excesivos convencionalismos que la despojan de tal sentimiento de rebeldía. Por fortuna, a lo largo del camino quedan algunas lecturas interesantes acerca del racismo que aún hoy impera, aunque sea de una manera no tan consciente y, en ocasiones, mal entendido.
En este sentido, la cuestión de las drogas se trata de una manera en exceso superficial. Bien es cierto que Dope no intenta ni mucho menos hacer una crítica profunda sobre este aspecto, pero habría sido un buen punto de partida desde el que desarrollar un núcleo argumental más sólido, sin necesidad de desprenderse de ese tono cómico seña de identidad de la película. Esta escasa solidez en su conjunto, más allá de que muchas de sus escenas gocen de una entidad propia muy a tener en cuenta, es lo que aniquila la posibilidad de que la cinta pueda ser tomada más en serio, incluso dentro de sus propias limitaciones.
El último error de la cinta es caer en diversos amagos de final que imposibilitan cerrar la historia de una manera aceptable, dilapidando esa baza de esparcimiento que Famuyiwa había jugado realmente bien durante casi toda la película. Eso sí, no hay que llevarse a engaños: Dope es un producto que no hace demasiados alardes de ninguna clase, no busca alcanzar elevadas cotas cinematográficas y prefiere centrarse en narrar cosas grandes a través de pequeños acontecimientos. Que la película resulte entretenida es lo mejor que se puede decir de un trabajo ciertamente meritorio en forma y no carente de motivaciones en su fondo, pero con ambos conceptos mal trasladados a la práctica.
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