La fama suele aparecer ante nuestros ojos como un sueño. No tanto por el papel asociado a ella sino como el culmen de una carrera profesional. Asociamos triunfo con éxito, reconocimiento con popularidad, aplauso masivo como trabajo bien hecho. Sí, la fama es un imaginario mental en el que montamos en un tren épico de alta velocidad sin caer en la cuenta que, muchas veces, en realidad subimos en un cercanías con retraso y con visos de descarrilar.
Esta metáfora sirve para poner en solfa lo que Don’t Think Twice pretende contar. Una historia de amor al arte, al teatro de improvisación concretamente, que deriva en fractura, en cómo el duro trabajo bien hecho en pos de la fama puede degenerar en lucha fratricida, en desarraigo y en juego de envidias y rencores.
Claro está que, contado así, podríamos estar ante un film dramático, ácido e hiriente, pero la realidad, al igual que lo que sucede con la obtención del éxito, es otra muy diferente. Efectivamente, el film dirigido por Mike Birbiglia apuesta por ofrecer un tono amable, casi edulcorado, de las relaciones laborales y personales del grupo de actores que conforman la comuna teatral convirtiendo lo que podría ser la parábola del ‹American dream› convertido en pesadilla en una simple ‹feel good movie› tan simpática como inane e incluso repelente.
Bajo una estructura lineal de trazo formal clásico se configura una trama donde la importancia de las cuestiones que se ponen en discusión tales como la lealtad, la amistad, el conflicto laboral/personal o las relaciones de pareja acaban diluyéndose en un mensaje de positivismo naíf que nos viene a indicar que mientras impere el buen rollo todo es superable.
Evidentemente utilizar este tono resulta legítimo y más cuando hay una voluntad de mostrar un acercamiento íntimo tanto a los personajes por separado como en su conjunto. Claro está que hay amor y por el teatro y grandes dosis autobiográficas que justifican en cierto modo tanta amabilidad dado que, usar el vitriolo podría interpretarse como revanchismo puro y duro.
Pero aun así Don’t Think Twice se nos antoja demasiado blanda, demasiado buenrollista. Al fin y al cabo si se quiere alertar de los peligros de la búsqueda de fama y éxito como único objetivo estos deberían mostrarse como algo más hiriente que una simple discusión de colegas o una ruptura sentimental acabada en perdón y amistad eternos. A lo que podemos añadir una iluminación y puesta en escena más propia del Disney Channel que de un film que trata sobre un conflicto en ciernes que amenaza con la destrucción de un grupo de artistas.
En definitiva estamos ante una recreación ‹bigger than life›, un basado en hechos reales que quiere funcionar de forma ambivalente como carta de amor a una pasión artística y como señal de advertencia sobre la ambición malentendida. Una especie de biopic coral donde se echa de menos más profundidad y menos paternalismo que, durante todo el metraje, se confunde en demasía con un buenismo injustificado y, sobre todo, desvirtuador de los dos elementos que debían hacer sostenible al film.