La conclusión de la II Guerra Mundial con la derrota del ejército alemán y sus aliados trajo consigo una pequeña derivada en el cine europeo centrada en narrar los actos heroicos y adversidades ligados con esos héroes anónimos que permitieron dar la vuelta a la balanza de la guerra con su sacrificio y valor. Tanto en Italia —sobre todo de la mano del movimiento neorrealista capitaneado por un joven Roberto Rossellini— como en los países de la Europa del Este, los cineastas surgidos en la posguerra trataron de reflejar con visiones muy divergentes —que versaban desde la mera propaganda hasta el retrato humanista y desgarrador— las batallas y penurias soportadas por los gloriosos camaradas pertenecientes a las trincheras de la resistencia anti-nazi.
A diferencia de las grandes producciones de Hollywood interesadas en pintar a la resistencia como un movimiento con tintes románticos disfrazado pues con un traje hilado con cierto artificio y pomposidad con el fin de moldear epopeyas no exentas de esa espectacularidad inherente al cine de acción y entretenimiento, en Europa se optó por un construir este tipo de cine sobre la base de una concepción realista y austera de los protagonistas del conflicto, tejiendo de este modo un marco perfecto para idear unas tragedias que escupían sin rubor ese halo de violencia, fatalismo y desesperanza propio de unas naciones que habían experimentado las atrocidades de la guerra en primera persona quedando devastadas no solo desde un punto de vista económico, sino desde una perspectiva moral.
La extinta Yugoslavia no fue ajena a esta corriente, de modo que durante los años cincuenta y hasta bien entrados los setenta se produjeron bastantes obras que localizaban su acción en los complejos laberintos de la II Guerra Mundial, dando lugar a cintas de pura acción bélica, pero también a otros filmes más introspectivos y arriesgados acuñados con un sello muy influenciado tanto por el neorrealismo como por el cine polaco y checoslovaco. Sin duda la película yugoslava más aclamada de este subgénero es El noveno círculo, desgarrador retrato del Holocausto que no dejaba nada en el tintero dibujando un cuadro tremebundo, abrupto, radical y terriblemente estremecedor de la barbarie nazi dentro de un campo de concentración de prisioneros judíos.
Sin contar con ese enfoque tan contundente, Don’t Look Back, My Son supone otra de esas joyas desconocidas florecidas en la Yugoslavia de los cincuenta bajo la dirección del considerado mejor director de la historia del cine croata: Branko Bauer. Y es que nos hallamos ante una de las mejores películas croatas de todos los tiempos, cincelada en una época en la que el cine serbio dominaba con fuerza al del resto de federaciones yugoslavas.
Don’t Look Back, My Son narra la historia de un partisano llamado Neven Novak, quien será el único prisionero que logrará escapar vivo de la fuga planificada por un grupo de reclusos que se dirigen en tren hacia un campo de concentración nazi. Pese a la persecución del ejército alemán en medio de la noche, Neven llegará a Zagreb con el fin de reunirse con su pequeño hijo Zoran. Sin embargo, al llegar a casa de su antigua amiga Vera —una joven que ha sobrevivido prostituyéndose con oficiales nazis— Neven descubrirá que Zoran ha sido internado en una escuela de adoctrinamiento nazi junto a otros pequeños huérfanos de guerra.
La película narrará las diferentes vicisitudes que llevarán a Neven, con la ayuda de un antiguo amigo judío empleado como artista por los nazis, a liberar de la escuela a su hijo, quien merced a un ejercicio de lavado de cerebro se ha convertido en un adorador de la doctrina nacionalsocialista mostrando un odio visceral contra los judíos e igualmente hacia los partisanos. Los esfuerzos de Neven se centrarán en esquivar los intentos del enemigo por descubrir su paradero y apresarle y en huir con su retoño con dirección a su pueblo natal, un vástago que se debatirá entre su amor a su añorado padre y su odio hacia todo lo que su progenitor representa: la lucha para liberar Croacia de la presencia nazi.
Con estos mimbres argumentales, Branko Bauer construyó una película muy sólida y realista que bebe directamente de los dogmas del neorrealismo italiano, mostrando pues la condición humana y social de unos héroes cuya estampa sentimental constituía el verdadero eje sobre el que pivotaba la trama. Y es que Don’t Look Back, My Son ostenta claras influencias de obras como Roma ciudad abierta o Ladrón de bicicletas. Con la primera comparte ese arranque en el que un miembro de la resistencia escapa de la persecución nazi contando con la ayuda desinteresada de viejos amigos que no dudarán en arriesgar su libertad para ofrecer su brazo a nuestro héroe. Con la segunda guarda un bonito paralelismo al narrar la epopeya de un padre y un hijo en medio de un ambiente hostil y fatalista. Desde el punto de vista formal, Branko Bauer igualmente buscó vestir a su criatura con un traje desprovisto de adornos y florituras, dejando pues que la fotografía, en un glorioso blanco y negro, recogiera sin trampa ni cartón el ambiente opresivo y amenazador propio del Zagreb ocupado con un estilo casi documental denunciando sin tapujos las duras condiciones de vida de una población carente de libertad.
Igualmente, Bauer hizo de la escasez de recursos una virtud, plasmando con esa austeridad propia del neorrealismo la atmósfera doliente de las calles y casas del Zagreb ocupado. Sin embargo, no sería justo etiquetar a Don’t Look Back, My Son como una cinta neorrealista pura, ya que asimismo se siente la fascinación que Bauer profesaba por las producciones expresionistas de los años cuarenta. De hecho, la cinta fue ideada como una especie de remake de la magistral Larga es la noche de Carol Reed con la que comparte cierto gusto por buscar hipnóticos angulares de ambiente taciturno para componer las buenas escenas de persecución y acción que ofrece el film. Pero también se nota la influencia de Fritz Lang y su Los verdugos también mueren fundamentalmente en la radiografía de la batida y acoso que sufrirá el protagonista Neven Novak que evoca a la que sufría el Franz Svoboda interpretado por Brian Donlevy en el film del austriaco (la película incluye un bonito guiño cinéfilo en honor del director germano, merced a una escena en la que la amiga del protagonista evade el presidio amparándose en su amistad con un oficial nazi de nombre Fritz Lang).
Y es que a pesar de este tono sobrio y riguroso que presenta Don’t Look Back, My Son, la cinta cuenta con unas magníficas escenas de acción y persecución concentradas en el tercio final del film, siendo el suspense de ascendencia Langiana uno de esos ingredientes que agitan el contorno y engrandecen el resultado global de la obra cuando ésta decide abandonar los paradigmas neorrealistas para abrazar los expresionistas en su conclusión.
[Spoiler] Sin duda la secuencia con la que Bauer cerró su obra es una de esas escenas que quedan grabadas en el corazón del espectador, no solo por su desgarradora esencia, sino que igualmente por su hermosa composición. Un capítulo que a pesar de la tristeza que desprende, culminará haciendo un homenaje a la dignidad y el valor de esos héroes anónimos que ayudaron con su granito de arena a ganar la guerra. Así, una moto enemiga descabalgada por las balas de los partisanos da vueltas sin rumbo alrededor de un cadáver que ha luchado hasta el último aliento para lograr salvar a lo que más quiere en el mundo. De repente la cámara se moverá de abajo a arriba en un fascinante picado que fotografía el cuerpo inerte del héroe derrotado, abriendo el campo de visión al espectador para convertirle en una especie de Dios omnisciente que observa el campo de batalla desde la distancia que ofrece el cielo. Pero la cámara se detendrá un momento, dejando entrar en escena a esa moto descarriada que se topará con un carro que servía de trinchera a ese padre conocedor que su muerte significaría la libertad de su hijo. La moto detendrá su viaje junto al carro. Acto seguido Bauer desviará su mirada hacia la de un niño que huye en medio de un bosque. La muerte y la opresión se aleja así de la vida de ese pequeño que se dirige con pesar pero con esperanza hacia la libertad que su padre deseaba. Un final que pone la guinda a una obra que resultará inolvidable para los amantes de ese cine conmovedor y humanista forjado en la Europa de posguerra. [/spoiler]
Todo modo de amor al cine.