El director que nos ocupa esta semana es un finés con escuela y talento para el drama. Aclamado en Finlandia, donde su obra ha sido galardonada en varias ocasiones en los premios Jussi, este cineasta ha pasado prácticamente desapercibida en nuestro país. Su nombre suena estos días, aunque en voz baja, tras haber sido estrenada en las salas españolas su última película El gruñón que, pese haber sido realizada en 2014, llega esta semana de la mano de la distribuidora de cine independiente Film Buró. Y es que más vale tarde que nunca para un director señalado por la revista Variety como uno de los directores más hábiles.
El camino originario de Karukoski está anclado en el drama. Sus tres primeros largometrajes le afianzan como un gran narrador de las andanzas juveniles. Estas primeras obras dramáticas están centradas en indagar los problemas que acechan en la juventud de tal manera que siempre haya dos elementos en juego que dialoguen entre sí, pues como él mismo proclama está «interesado en ese mundo (el de la juventud), el cual es, muy a menudo, blanco y negro». Este denominador común basado en la pugna entre dos opuestos ya da sus primeras muestras en La bella y el bastardo (Finlandia, 2005), donde Karukoski sitúa al espectador ante un típico romance entre dos personalidades enfrentadas. Esta tradición dialéctica tiene su continuación en La casa de las mariposas negras (Finlandia, 2008), obra en la que autoridad y libertad son dos conceptos que resuenan constantemente en una cinta en la que un joven ve limitadas sus posibilidades de acción tras ser encerrado en un reformatorio. Pero es en Fruto prohibido (Finlandia, 2009) la película en la que la confrontación se hará mucho más evidente. En ella, dos adolescentes criadas bajo la férrea moral de la iglesia laestadiana se encuentran en un momento dado ante un mundo en el que la religión no tiene ningún peso. Las chicas, por lo tanto, se verán obligadas a tomar una decisión entre seguir practicando los valores con los que han sido educadas o, por el contrario, adaptarse a la rebeldía y a los juegos típicos de los adolescentes que han sido formados en regiones laicas. En esta tercera película el finés dará una vuelta de tuerca a esta polarización habitual en su cine, no tratándola solo en su dimensión moral y psicológica (como venía haciendo hasta el momento), sino también en un nivel geográfico. En Fruto prohibido no serán solamente enfrentadas ideas religiosas y profanas, sino que también lo serán la Finlandia fundamentalista del norte con la liberal del sur.
Es con su cuarto largometraje con el que Karukoski se desvía del camino hasta ese momento trazado para dar origen a una comedia que, aunque su raíz siga estando en la presencia de dos elementos diferenciados (hábitos que ha de seguir el hombre y hábitos que ha de seguir la mujer en la sociedad finlandesa), es erigida mediante un dispositivo narrativo totalmente diferente a las obras que la preceden. Lapland Odyssey (Finlandia, 2010), primera comedia del realizador, gira en torno a la búsqueda desesperada que Janne, un treinteañero vago hasta la médula, lleva a cabo junto a dos colegas suyo en busca de un descodificador de televisión para que su pareja, cansada de la pereza de su novio, no le abandone. La motivación que impulsa a Karukoski a desarrollar una comedia, según se desprende de una entrevista realizada al director, es que, ya que su tendencia le lleva a volver una y otra vez sobre los problemas habituales de la sociedad finlandesa, quizá sea mejor afrontarlos mediante la risa y la burla. Su interés por el comportamiento humano, de esta manera, sigue siendo su marca distintiva ya trabaje drama o comedia.
Lapland Odyssey no será su única comedia, pero entre esta y su última obra estrenada hasta el momento el director finés volverá al género en el que dio sus primeros pasos ofreciéndonos un drama sobre el poder destructivo, pero también la debilidad, de las ideologías radicales. Heart of a Lyon (Finlandia, 2013) nos introduce en la vida de un neo-nazi que se enamora de una mujer cuyo hijo es negro, algo que revolucionará los sentimientos del hombre, entrando en guerra sus ideas sostenidas en sentimientos de odio y su pasión amorosa. Este retorno al drama es una aguda, aunque ya manida, forma de ahondar en el humo sobre el que se edifican gran parte de las posturas extremistas, cuya razón de ser no es más que una burda manera de focalizar el odio contra objetivos equivocados. Esta mala digestión de los problemas de un individuo, que en lugar de llevar a la violencia contra sí es rebotada contra una minoría, es reflejada por Karukoski con una sobriedad no exenta de violencia que desemboca en una obra coherente y señalada por ese un aura de mesura, tranquilidad y ausencia de artificio que tanto caracteriza al director.
Un halo de calma y contención que será mantenido en su sexta y última obra hasta el momento. Karukoski vuelve a seguir los tímidos pasos de la comedia iniciados en Lapland Odyssey con El gruñón (Finlandia, 2014), estrenada esta semana en España. En esta comedia compuesta por el chiste simple y llano, aunque también cierto sentimentalismo edulcorado, Karukoski vuelve a decirnos que el tema de sus películas está por encima de sus aspectos formales, así como el género es un mero pretexto para hablar de las problemáticas sociales que le interesan, pesando más estas cuestiones en sí mismas que el modo mediante el cual sean abordadas. El gruñón vuelve a hablarnos de escisiones, de rupturas y de colisiones entre formas de ver el mundo. En este caso el finés nos sitúa ante la falta de conexión entre la austeridad y pausa del mundo rural frente a la abundancia y la velocidad de la gran ciudad. Volvemos, por lo tanto, a asistir a la lucha como motor del cine de Karukoski, representadas en esta ocasión por el empecinamiento de un viejo cascarrabias en hacer las cosas como en los años cincuenta y la agobiante y torpe rapidez con la que el hijo y la nuera del anciano llevan sus actividades diarias a cabo. Los pasos que aquí demuestra haber dado Karukoski sobre su anterior comedia son mínimos. El abuso de la ausencia de lógica en la sucesión de los hechos que componen la película lleva al desgaste. Así, mientras la complejidad de los dramas del cineasta han ido evolucionando a lo largo de su carrera, se hace palpable con esta última obra que la comedia no es lo suyo.
Karukoski, a fin de cuentas, es un director de dramas. Un director de posturas realistas que toma el papel de espejo de la sociedad presente y al que no le interesa apostar por soluciones formales extravagantes para contar todo aquello que a él le preocupa. Con una narrativa totalmente convencional, seria y templada, el director finés parece estar cómodo dirigiendo meticulosamente a sus actores y desplegando todas sus cualidades cinematográficas a un fin que, ya pase por la comedia o el drama, termina por ser siempre el reflejo de la contienda entre dos cosmovisiones propias de una sociedad constituida por opuestos. Esperemos que su recepción en nuestro país sea menos reticente en los próximos años.