Nawapol Thamrongrattanarit es otro de tantos nombres surgidos de un panorama tan sugerente como es, a día de hoy, el cine oriental, pues en la cinematografía de autores como el que nos ocupa, la tailandesa, se han formulado miradas imprescindibles de nuestra era como podrían ser las de cineastas de la talla de Apichatpong Weerasethakul o Pen-Ek Ratanaruang, derivando en apariciones imprevisibles como las de Prabda Yoon —a su vez anexionado a la figura de Ratanaruang como anterior guionista suyo— o el autor de 36.
Thamrongrattanarit, más conocido por haber realizado una curiosa introspección del medio con aquello que, poco a poco, va invadiendo nuestras vidas —esto es, las redes sociales— en Mary Is Happy, Mary Is Happy, ejercicio desarrollado mediante la relectura (cinematográfica) de la cuenta de Twitter de una chica anónima, apela de nuevo a extractos que le son extraños en Die Tomorrow —algo que el cine no ha dejado de explorar, tanto en la adaptación de textos como en la reproducción de acontecimientos históricos desde una perspectiva real o ilusoria; idea reestructurada en su cine mediante vidas ajenas en el sentido más amplio de la palabra por acudir a crónicas de aparente liviandad, inexistentes para los espectadores—.
Su nuevo film se constituye así como un ensayo en el cual mezcla —más allá de las bases que establecen el relato— realidad y ficción, y donde testimonios captados e interpelados (por el cineasta) como si de un documental se tratase, se difuminan con retales de ficción construidos con una intencionalidad marcada.
En esta ocasión es la muerte, concepto al que se le puede conferir tanta amplitud como abstracto puede llegar a resultar, el tema elegido por el tailandés para continuar expandiendo el prisma de una realidad que parece ser muy distinta en manos de Thamrongrattanarit. Aquello que de primera mano podría resultar un asunto de marcada gravedad, es desposeido en Die Tomorrow de su naturaleza con la intención de encontrar una reinterpretación en la que reflejar el carácter frágil del periplo vital, equiparándolo así al deceso, y buscando de ese modo debatir la acostumbrada visión acerca de una cuestión cuanto menos delicada.
Die Tomorrow se compone a través de una serie de viñetas que reconstruyen momentos anteriores a fallecimientos que, por un motivo u otro, habían constituido noticia. Es a partir de estas como el tailandés indaga en lo emocional apoyando esos instantes previos en una búsqueda de lo cotidiano, de la asunción de la muerte no en forma de tragedia personal, sino mirando hacia los demás e incluso rememorando lo vivido.
Rodada en un formato cuadriculado, que permite personalizar e interiorizar la acción de algún modo —y que únicamente se rompe (o descubre, en esa escena del patio) en el retrato de una muerte que sobresale por la armonía de las estampas dibujadas—, la cinta emerge en especial a través de una naturaleza afable, que si bien complementa su discurso con secuencias en las que el ámbito más dramático se persona de forma lógica, encuentra una extraña luz mediante la que acceder a un pensamiento contradictorio y, por ende, más complejo. Hecho que Thamrongrattanarit acompaña con una banda sonora que atenúa en todo momento el tono de la obra, pero que lejos de lo que podría acontecer con facilidad —a juzgar por las composiciones empleadas— no incurre en afectación alguna.
En su faceta documental, el cineasta se dirige a la etapa inicial, la infancia, y el preámbulo de la defunción, la vejez, logrando de este modo un mosaico discordante y certero, donde los llantos de una niña a la que (cruelmente) revelan aquello que podría llegar algún día contrastan a la perfección con las palabras de un anciano de 103 años que dice no tener miedo a la muerte, estar esperándola como en un gesto cómplice acerca de unos días que ya deberían haber expirado. Y es que al fin y al cabo, todo son procesos que siguen su cauce natural, y tanto abrazar la vida como dejar que esta siga su curso dando paso al fallecimiento, no es sino una elevación de lo que somos: por ello se comprende que quien interpreta su periplo como concluido, solo quiera dejar paso y celebrar lo vivido, más que aquello que queda por vivir.
Larga vida a la nueva carne.