Música, mujeres y amistades que se ven truncadas por lo segundo, ¿les suena? Sí, muy ‹british› todo ello, y es que si algo nos han enseñado las comedias británicas es que no hay nada como mezclar esos componentes en una comedia romántica para tener una de esas bases que, más o menos tópicas, resultan funcionales y se mueven a la perfección, como las agujas de un reloj suizo. El debutante Gabriel Nesci parece tener bien aprendida la lección, y es que tanto las interrelaciones fijadas por el argentino como el modo de moverse por un terreno muy pantanoso en los tiempos que corren, fija su mirada en aquello que tan buenos resultados ha dado por las islas, siempre, eso sí, desde una perspectiva coherente e inteligente. Porque Nesci no es de esos que tiran la piedra y esconden la mano, y sus referentes están muy claros desde los primeros minutos de Días de vinilo —ese prólogo servido a modo de génesis a través de unas constantes ciertamente ‹british›, pero sin negar sus raíces argentinas—.
Como es lógico, extrapolar una fórmula —porque, en realidad, lo que está haciendo es eso— no es suficiente por buena que sea esa fórmula, y es en ese aspecto donde Nesci sale reforzado debido al manejo de algunos recursos que precisamente resultan necesarios en un trabajo como Días de vinilo, y es que sus casi dos horas de metraje bien podrían haber resultado un peligroso contrapunto en una propuesta de la ligereza de la que se nos presenta, y sin embargo el argentino es capaz de manejar el tempo de la obra en todo momento, siendo capaz de intercalar diversas tramas sin que por ello la obra se resienta en ningún momento, incluso llegando a lograr trasladar un ritmo y una frescura que despejan cualquier duda que pudiera haber surgido por un metraje que se les ha atragantado a no pocos cineastas de probada calidad dentro de este género (así a vuelapluma se me ocurre uno de los nombres de la actualidad, Judd Apatow).
Si bien es cierto que el hecho de construir una cinta coral puede resultar una ventaja, no hay que engañarse, y es que el hecho de manejar distintos relatos siempre ha resultado un arma de doble filo capaz de transformar esa ligera virtud en un obstáculo en toda regla. No es el caso de Días de vinilo, y no lo es debido a que en este caso los personajes se mueven a la perfección en el marco trazado por Nesci, siendo una perfecta representación propia —esto es, autobiográfica en cierto punto, como es inevitable que ocurra en films así— que sabe cómo no exceder determinadas líneas que simplemente la podrían llevar a estrellarse, a ser señalada como otra de esas excéntricas propuestas donde el autor termina poniéndose un peldaño por encima de su obra.
No sólo no incurre en ese error Nesci, sino que además es capaz de crear personajes y situaciones que acrecientan el grado de simpatía necesario como para que el espectador no se sienta lejano a un microcosmos tan particular como lo son sus protagonistas, unos tipos incapaces de percatarse de que viven otra realidad e incluso de negar que la forjada por ellos mismos los desplaza poco a poco hacia un movimiento cíclico. De este modo, personajes como los creados por Gastón Pauls con ese guionista frustrado o por Fernán Mirás como ese locutor de radio inconsciente de las relaciones que sustenta bajo su mirada ingenua, son algunos de los perfectos reflectores de un discurso que no le sienta nada mal a Días de vinilo, y que no reviste gravedad alguna porque Nesci, pese a introducir algún que otro subrayado innecesario e incluso de caer en su propia trampa (como en el final de la historia de ese guionista), es consciente en todo momento de lo que supone su film: un notable entretenimiento capaz de dibujar inquietudes propias sin desplazar su propia creación que cumple a la perfección lo que promete. Ni más ni menos.
Larga vida a la nueva carne.