Después de comenzar su carrera como director en televisión en 2008 con la exitosa serie Todos contra Juan, Gabriel Nesci debuta en el cine con Dias de vinilo, una comedia que se ha ganado el aplauso del público y la crítica por su cercanía, su tono desenfadado y, ante todo, su gran capacidad de adaptación.
Y es que el mérito de esta película radica en que, pese a tener todos los elementos de la comedia romántica comercial (Personajes con tendencia al histrionismo, declaraciones de amor en lugares intempestivos, finales felices y previsibles) consigue contarnos las cosas con una voz propia, parecer un género totalmente distinto.
Se nota que Nesci es un guionista consagrado, en una película que no hace gala de grandes esplendores técnicos ni cuenta con ninguna estrella en su casting, pone toda su fuerza en el guión, en la historia que pretende contar. El resultado es una cinta cuya fuerza está en las distintas narraciones que nos ofrece.
En el largometraje se nos cuenta la historia de cuatro amigos desde la infancia que sufren la cada vez más cacareada crisis de los 30, sobre todo en el plano sentimental. El caso es que el nexo común de estos amigos es, al más puro estilo de High Fidelity de Stephen Frears, la música, que actúa como elemento conductor.
Las historias de los cuatro se entrelazan, se desarrollan, crecen y se justifican por sí mismas, obteniendo como resultado una cinta auténticamente coral, donde es difícil destacar a uno de los actores por encima de otro. Todos ellos cuentan con sus propios problemas sentimentales (Incapacidad de superar una ruptura, miedo al cambio, al compromiso o los problemas derivados de la idealización) por lo que resulta difícil no sentirse identificado con alguno de ellos. Ese carácter cercano, con situaciones que se prestan al humor pero no nos resultan difíciles de creer, son parte de la fórmula de su éxito. Humor inteligente que no deja de ser accesible para todos.
Además, como resultaba lógico en una película tan relacionada con la música, la banda sonora es excelente, haciendo un especial repaso por los grandes artistas de los años 80 y dejando grandes reflexiones sobre un elemento tan presente en nuestras vidas (¿Qué diez canciones elegiría uno como marca vital?).
En la parte negativa de este film debemos criticarle el hecho de que caiga en varios tópicos, especialmente en la parte argumental. Aunque nos lo cuente de forma distinta, ya desde el principio podemos prever cómo acabará, restándole algo de encanto al no estar acompañado el fondo por las formas. Por otro lado, la elección del casting, que resulta muy acertada en cuanto a los personajes masculinos, no atina tanto respecto a las intérpretes femeninas. Ni Inés Efrón ni Emilia Attias consiguen transmitirnos nada ni, lo que es más importante, consiguen una buena química con sus respectivos compañeros (Gastón Pauls y Fernán Mirás).
Por último, quedan dos aspectos particulares por destacar: Uno es sobre la parte técnica. Tanto el vestuario como la fotografía ayudan a fomentar esa idea nostálgica de los años 80-90, esa melancolía que acompaña la imagen de treintañeros melancólicos que nos transmiten los personajes principales, resultando un detalle que demuestra lo cuidado del montaje de esta cinta. El segundo aspecto tiene nombre y apellidos propios: Leonardo Sbaraglia, que aparece como secundario haciendo una parodia sobre sí mismo, y, en general, sobre el mundo del cine, resultando de ello una serie de escenas para el recuerdo.