Diablo (Nicanor Loreti)

Resulta curioso que una cinta como Diablo se llevase del Festival Mar de la Plata un galardón, y es que si uno echa la mirada atrás se podrá percatar enseguida de que el cine de acción no es precisamente uno de los puntales de una cinematografía como la argentina, y que pese al éxito de títulos como la «buddy movie» Tiempo de valientes o la innegable calidad de cintas como Fase 7 de Nicolás Goldbart, el panorama no ha ofrecido grandes variaciones entorno a un género que parece empezar a explotar sus posibilidades precisamente con la llegada de films como el de Nicanor Loreti.

Diablo

En ella, y como tantos otros cineastas debutantes, Loreti muestra una carta de presentación repleta de referentes que, en este caso, nos retrotraen principalmente a un nombre, el del cineasta norteamericano Quentin Tarantino, algo que quizá debiera suponer un handicap para el film, pero sabe aprovechar a la perfección algunas de las características del cine del autor de Reservoir Dogs, componiendo así un microcosmos propio en el que la identificación de esas alusiones no lastra un conjunto que pese a mostrar sus prioridades y cartas desde el primer momento, en ningún momento parece resentirse de ello.

La definición de una propuesta que además adquiere una voluntad «exploit» que parece emparentarse en cierto modo con los ejemplos más recientes del cine sudamericano en ese campo, obtiene tintes que nos llevan desde un humor más guiñolesco trazado por algunos de sus personajes más estrafalarios (como ese amigo del primo del protagonista, o la peculiar pareja de mercenarios) hasta una acción en la que Loreti enfatiza el componente violento de la misma, ya sea dotando de un tono ciertamente salvaje a las secuencias que componen el film o empleando una banda sonora que parece ir como anillo al dedo a la concepción de esos momentos.

Con cuatro paredes como epicentro del conflicto, Diablo nos presenta a Marcos Wainsberg, un ex-boxeador apodado «El Inca del Sinai» que, tras matar accidentalmente a un rival suyo, se retirará en su casa en busca de una tranquilidad que, precisamente el día que intente retomar una relación con su ex-pareja, no llegará. La figura de su primo, Huguito, enturbiará un panorama en el que se sucederan todo tipo de situaciones particulares, llevando a Marcos a mostrar una faceta que parecía haber dejado a un lado, pero que tras la rocosa firmeza y la naturaleza violenta del ex-boxeador tomará forma de nuevo cuando se vea entre la espada y la pared.

Diablo

Interpretado por un sorprendente Juan Palomino, es ese «Inca del Sinai» una de las piezas claves de Diablo: entorno a su figura, Loreti es capaz de engarzar tanto ese humor que sobresale a borbotones, como un uso de la violencia que quizá justifica en mayor medida un personaje sin complejos ni reparo alguno en el momento de pasar a la acción. Además de ello, el cineasta porteño rodea a Palomino de las suficientes piezas como para que su debut en el terreno del largo funcione como lo que es: un desacomplejado entretenimiento con un carácter ciertamente distinto a las cintas de acción que acostumbramos a recibir.

De entre esas piezas, destaca una peculiar galería entorno a la que forma un universo muy propio, apartando así en cierto modo esos referentes de los que hablaba al principio, y demostrando que un cine como el que practica puede ser más personal de lo que aparenta por mucho que beba de otras fuentes. Además, la constante ebullición de situaciones y momentos de lo más curiosos (la visita de ese policía fan de «El Inca del Sinai», la inclusión del berborreico personaje llamado Café con leche, la presentación de esa suerte de enemigo final…), dotan de una mayor cohesión, si cabe, a la propuesta.

Quizá su único pero sea el hecho de que a Loreti se le vayan un poco de las manos esas secuencias de acción finales, no tanto por lo desmedidas que demuestran poder ser, sino más bien por una especie de caos anárquico que, si bien encaja con el tono del film, parece más bien fruto de cierto desorden, o incluso de una pasión inherente del director para con el género que podría acelerar el pulso a cualquiera. Ello no es óbice para desechar Diablo, pues resulta una de esas óperas primas con carácter y tesón que hará disfrutar en especial a los más nostálgicos del lugar, aquellos que siguen buscando un cine cada vez más inexistente, que con Loreti recupera (en parte) sensaciones y maneras.

Diablo

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