Ser mujer en el viejo oeste nunca fue fácil. Menos si arrojar la cordura por la borda se antojaba una opción indisociable de la situación y el momento vividos. Menos si lidiar con una soledad algo más que terrenal, fruto de un carácter forjado en base a la naturaleza de ese viejo oeste resultaba poco más que una quimera. Ser un hombre sin honor en el viejo oeste nunca fue fácil. Menos si ocupar propiedad ajena tras el abandono era algo más que una elección, una forma de sobrevivir al árido y desolador paraje. Menos si la salvación de morir ahorcado por tu propio caballo llegaba de manos de una mujer desesperada, cuya única alternativa de supervivencia quedaba en manos de algo que ni siquiera parecía una alternativa real.
Rostros en la sombra, esos personajes secundarios que, por más que quisieran, jamás salían a la luz o, por lo menos, distaban de poseer más que un par de destellos. De eso nos habla Tommy Lee Jones en su nuevo trabajo, una «road movie» a través de la cual vuelve a demostrar que puede ser algo más que un género vehicular entre otros, y cobrar entidad propia. El western forja así un contexto idóneo —por la identificación que traza con sus personajes— donde en realidad no pervive tejido dramático aparente, y es en ese espacio donde concibe una construcción inherente a la condición de una «road movie». Porque puede que al final del trayecto seamos de nuevo partícipes de otra de tantas desmitificaciones del viejo oeste, de una cimentación crepuscular en toda su extensión, pero en realidad ese trayecto emprendido por George Briggs —y por extraño que suene—, no es sino un viaje de autodescubrimiento, de volver en otras palabras a la esencia natural para comprender el sino propio.
Tommy Lee Jones se enfunda un personaje que parece revelarse desde su comportamiento, pero del que en realidad desconocemos prácticamente todo: no sabemos de donde procede, quien fue o es e incluso los vínculos que sostiene nos son desconocidos, únicamente que un hogar ajeno de un dueño extraviado se había transformado en su único (en apariencia) techo. No obstante, el intérprete y cineasta, lejos de marcar las cartas, juega inteligentemente con ellas a raíz de la información distribuida. Y es que pese a no conocer a Briggs más allá de su carácter, su circunstancia se revela sin dar pie a lecturas erróneas: su única meta es sobrevivir y, si a cambio recoge alguna que otra moneda, mejor que mejor. Esa desnudez implícita en el personaje, es la que termina en definitiva resultando fundamental en una visión que no sólo no termina donde Lee Jones decide, además aporta matices a esa base donde el mito ya no existe, es irreal.
The Homesman se nos muestra así como un western con una capacidad de introspección que va más allá de su portentosa y pictórica fotografía o de los reconocibles acordes —por el modo de ensamblarlos— que suenan entre pasaje y pasaje. En ella hay amor por un cine pasado —complementado siempre por esa perspectiva que ya se deducía del anterior viaje de Tommy Lee Jones en la fabulosa Los tres entierros de Melquiades Estrada—, no homenajes añejos desprovistos de alma, hay una visión melancólica, incluso bucólica acerca de aquellas figuras siempre sostenidas en segundo plano, capaces de ofrecer alguna frase para la posteridad, de sostener con un gesto incluso la mirada del héroe, o de otorgar un inolvidable bailoteo al son de la nada, aunque todo ello fuese para terminar con un nombre y un epitafio inscritos en una losa de madera hundiéndose en las profundidades de un río cualquiera de Iowa.
Larga vida a la nueva carne.