El problema principal de muchas películas de mensaje o que tratan temas sociales con objetivo claramente aleccionador suele ser que comprometen absolutamente todos sus elementos narrativos, formales y estéticos en pos de transmitir sus ideas. Porque son sus ideas únicamente lo que se entiende que tienen valor en la obra y todo lo demás resulta accesorio. Sin embargo, las intenciones y las ideas no son valores cinematográficos per se. Por muy importante que sea el tema que trate es irrelevante para considerar sus aspectos fílmicos, que son las herramientas fundamentales con las que poder profundizar y añadir complejidad a cualquier discurso que se pretenda elaborar. Por eso resulta estimulante encontrar a una cineasta como Carla Simón, que es capaz de tratar cuestiones de interés social desde su punto de vista mediante relatos construidos a través de la imagen y un preciso tratamiento de la psicología de sus personajes. Habilidad que ya se pudo observar en su largometraje Estiu 1993 (2017) y que ahora podemos verificar en su nuevo cortometraje Después también. Una obra que responde a una premisa sencilla ¿qué sucede cuando a un joven le comunica un antiguo amante que es portador del VIH?
Con cámara en mano y las coloridas luces de un local de fiesta iluminando la calle, la mirada de la directora sigue a Alex hasta el interior. Un despreocupado Edu baila y vemos uno de los dos únicos instantes que se permite durante su metraje para expresar de forma explícita los sentimientos de su personaje central, de rechazo y conmoción. Porque si en algo destaca Carla Simón es en el manejo emocional de la narrativa, siempre conteniéndolo en el relato a la vez que su protagonista. La impenetrabilidad de la psicología del joven interpretado por Berner Maynés y su sobriedad son las claves para entender el motor de su narración y de los propios intereses temáticos que ha demostrado ya anteriormente Simón: explorar eso que palpita bajo la superficie de las relaciones personales, atravesar la barrera que se construye como mecanismo de defensa ante el trauma y usarlo para sustentar sus historias. Ese proceso de asimilación —un viaje de introspección breve pero intenso, rehuyendo a su novia, evitando sentir o pensar pero sin lograr eludir algo que no dejará de existir por sí mismo— es lo que vemos desarrollarse en Después también. Para ello acompañamos a un chico cualquiera mientras se enfrenta al abismo de conocer si a él también le han transmitido un virus que, a pesar de todos los avances médicos y trabajo de concienciación por parte de instituciones, sigue provocando un estigma y una reacción muy fuerte a su alrededor.
Edu podría ser cualquiera, pero no porque su retrato evoque clichés genéricos sino porque se siente real con muy poco. Muy lejos del artificio por epatar con el espectador a toda costa, se percibe una construcción cuidadosa de su personalidad desde la autenticidad emocional y una perspectiva naturalista en su planificación. Lo sutil pero minucioso y rico en detalles de la propuesta sirve para lanzar un mensaje final sobre la posibilidad de no afrontar la misma situación del protagonista en soledad, porque existen organizaciones que pueden dar soporte y ayuda en esos momentos tan difíciles. Una red de apoyo que debería empezar por la honestidad con uno mismo y hacia los demás para prevenir que se siga extendiendo y visibilizar la situación de las personas seropositivas. Todo el trabajo de Carla Simón se vuelve a sintetizar —como ocurría en Estiu 1993— en la escena final del film, con una especie de desgarro silencioso de las barreras afectivas y psicológicas del protagonista. Un desgarro cuya violencia se siente a través de la ternura y el amor que expresa físicamente en esos instantes. Después también se perfila así a modo de preludio tremendamente conmovedor y optimista a lo desconocido, a un futuro incierto, que queda fuera de campo.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.