No es exageración sino entusiasmo considerar al film de Michel Franco Después de Lucía uno de los títulos más destacados e imponentes que ofrece el variado e interesante catálogo del Atlántida Film Fest en esta edición.
El realizador mexicano escoge el ‹bullying› en los institutos como telón de fondo de una historia donde se entrecruzan las aristas dramáticas y donde se ponen en tela de juicio planteamientos y cuestionamientos que atacan a nuestros estilos de vida, al egocentrismo de los acomodados y a los prejuicios viciosos de la descacharrante clase aburguesada y hedonista.
Deudor de una corriente que en los últimos años se viene extendiendo con rapidez entre las propuestas del cine de autor, Michel Franco desarrolla en esta película un estilo particularmente seco y áspero en la radiografía de injusticias y anormalidades mentales. Trazo maduro, descarnado y de desangelado pesimismo sobre una generación de jóvenes anclada, contradictoriamente, en valores caducos que atañen a la hostilidad ajena para perpetrar un estado de superioridad vacilante ante quien obra con ingenuidad lasciva adolescente.
La principal cualidad que destaca y distingue a este film mexicano de otras primas hermanas estadounidenses sobre el escarnio y la humillación entre infantes es que la composición de cámara adquiere una actitud más contemplativa y voyeur que analítica y subyugante. Se sitúa lejos de la acción pero lo suficientemente cerca, a una distancia premeditadamente estudiada, como para que nos implique como observadores y nos escupa a la cara ante nuestra parsimonia, haciéndonos cómplices de la barbaridad que estamos viendo y tan responsables como el deleznable comportamiento de esos jóvenes actores notablemente dirigidos.
Siempre son odiosas las comparaciones, pero antes he mencionado ‘deudor’ en el sentido de aproximación más que evidente de Franco a los aspectos de realización más característicos de ilustres directores europeos como el austríaco Michael Haneke y su original Funny Games, título con el que comparte unos cuantos elementos destacados. Continuando en la estela de aquel, el mexicano bebe de esos largos planos secuencia donde se cruzan el tiempo real, como si miraras un reloj de arena caer grano a grano, con la pretensión humanística más comprometida al despojar a la imagen de elementos inútiles que mancillen su autenticidad. Existe la determinación de considerar que un plano (y lo que ocurre en él) adquiere relevancia en base a la justificación narrativa de su dilatación. Sin entrar en la pedantería teórica, este film cree en dicho planteamiento primario del cine y articula en base a él su denuncia silenciosa y su vertiente antropológica, sin subrayados y con imponente honestidad.
Film que no necesita de atributos melodramáticos ni bandas sonoras de énfasis lacrimógeno para atacar los nervios y la paciencia del más íntegro, angustiando solemnemente al personal presentando a los villanos sin el más mínimo factor de juicio autoral y prescindiendo del siempre atractivo y ambiguo juego de moralidades entre malhechores y víctimas.
En tiempos en los que la industria mexicana es eternamente aquejada por dejar ir lejos de sus fronteras con demasiada facilidad a sus más importantes directores (Guillermo del Toro, González Iñárritu, Alfonso Cuarón…), una nueva oleada de realizadores serios y comprometidos reivindican su atención con un cine poderoso y necesariamente agasajado, entre los que ya se incluye por méritos propios Michel Franco y esta película.
Una aportación verdaderamente recomendable para los que gusten de encontrar reflexión y enjundia en el celuloide y que no debería limitarse a servir de aportación anodina para engrosar las listas de los muchos festivales independientes que se celebran cada año.
La película deja, tras varios minutos concluida la proyección, ese regusto amargo en la garganta y en el estómago revuelto tras haber asistido a un espectáculo en el que la delgada línea que, en ocasiones, separa la realidad de la ficción, aquí se torna especialmente dispersa. Esas inefables e intensas emociones que nos genera, como bien sabemos, solo el buen cine.