Desde 1985 hasta 2002 en Francia se aplicó la llamada doctrina Mitterrand siguiendo el nombre del que fuera Presidente de la República durante casi veinticinco años. Una doctrina a partir de la cual el sistema judicial francés eludía la extradición de miembros de organizaciones terroristas italianas de extrema izquierda participantes en actos violentos dentro del período denominado “años de plomo” de la nación vecina. ¿Qué pasaría si una de esas personas acogidas a asilo político tuviera que afrontar el precio de sus decisiones del pasado tras dos décadas construyendo una nueva vida? Después de la guerra (Annarita Zambrano) usa como base un caso hipotético y ficticio para realizar un comentario sobre las consecuencias de este cambio de criterio en un antiguo militante radical con su joven hija —al ser señalado como posible responsable de un nuevo asesinato en su país natal— y sobre su familia allí, de la que se ha distanciado inevitablemente. Configurando así una especie de drama familiar con cierto trasfondo político en el que sus conflictos sin resolver y diferencias irreconciliables actúan a modo de metáfora de la ruptura social provocada y las deficiencias en el vínculo entre el estado italiano y sus ciudadanos.
El problema que afrontaba aquí Zambrano es cómo aproximarse a un personaje responsable sin duda alguna de hechos terribles desde una distancia que permita comprender sus motivaciones y el contexto político e histórico de la época. Porque ahí radica el gran defecto en el desarrollo de su relato: una buscada indefinición discursiva confundida con ambigüedad que impregna todo su metraje estructurado sobre esos dos ejes de la dinámica padre-hija en Francia y el punto de vista lejano de su familia italiana aguantando el acoso mediático y el efecto directo del foco público en sus vidas. Dos ejes que finalmente conforman el verdadero interés en su narración, convertida en una tópica historia de adolescente rebelde que no asume un posible cambio en su vida de la que no tiene control y los reproches a su madre de una hermana con la que perdió el contacto y que simboliza el desarraigo de quienes tienen que abandonar su hogar para no caer en las garras de un sistema legal aplicado con desequilibrio en función de las inclinaciones políticas de los perseguidos.
De esta manera es imposible que la cuestión de una hipotética redención del antiguo “terrorista” —idea que se presenta huidiza en sus imágenes según se suceden las secuencias— pueda abordarse con un mínimo de rigurosidad, si es que lo pretendiera en algún momento. La cámara parece de hecho tan titubeante en su compromiso formal que un momento clave que debería ser trágico parece rodado involuntariamente en clave de comedia negra. Poco aporta su tratamiento naturalista por momentos o la querencia por cerrar el plano sobre sus personajes. Ni consigue desarrollar una perspectiva psicológica con ese recurso tan burdo ni plantear en sus composiciones un punto de vista moral sobre ellos en sus decisiones, diálogos o comportamientos. Todo parece incidir en la misma dirección sin matizar, condenando la violencia en si misma pero obviando conceptos básicos que ubican su significado, utilidad y dimensión como instrumento de lucha del pueblo contra las instituciones y estructuras desconectadas de su realidad y sus necesidades más allá de proveerle de un idealizado progreso económico, ocio alienante y la ilusión de una democracia al servicio del mismo poder que trata de terroristas a cualquiera que quiera destruirlas para crear un orden nuevo. ¿Por qué se obvia el precedente de mayo del 68 con sus movimientos de protesta y el surgimiento de otras organizaciones violentas de extrema derecha? Lo cierto es que a partir del desinterés casi total en el análisis político de su directora en su discurso ni siquiera desafía la evidente estrategia de tensión por parte de los gobiernos con sus manipulaciones y desinformación, ni la etiqueta de terrorismo de las actividades violentas que tan rotundamente parece condenar a través de la periodista que entrevista a su personaje principal, cayendo en un maniqueísmo cuanto menos sospechoso.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.