Déserts, la quinta película del director y actor Faouzi Bensaïdi, que compite por la Palmera de Oro en la Mostra de València 2023, es una comedia negra singular con narratividad de ‹road movie› que dejó muy buenas impresiones en la Quincena de cineastas de Cannes de este año.
El mismo arranque del metraje nos pone metafóricamente en alerta sobre las claves del film. Del negro implacable de los títulos de crédito, el director nos arrastra al plano detalle de un mapa de carreteras sobre el que nuestros dos protagonistas discuten sobre la mejor ruta a tomar. Hasta que la guía se aleja con el viento. En medio del pedregoso y angosto desierto marroquí, Mehdi y Hamid, amigos íntimos, trabajan juntos para una agencia de cobro de deudas. Recorren los pueblos del gran sur marroquí en su coche desvencijado, comparten habitaciones dobles en hoteles destartalados, son exactamente del mismo tamaño, y se intercambian los mismos trajes —siempre azulones—, las mismas corbatas —rojas— y los mismos zapatos. En la precariedad de su ocupación tratan de sacarse algún dinero extra presionando a las pobres gentes deudoras que visitan. En consecuencia, les toca bregar con las más variopintas situaciones, reclamaciones imposibles, incoherentes circunloquios, y a menudo la obtención de absurdos botines en pago, desde una alfombra —en la que dormían los niños de la familia—, hasta una bolsa de ‹kolh› (un apreciado maquillaje marroquí), una cabra, o una furgoneta donde pernoctaba el marido exiliado en un conflicto conyugal —con la consiguiente reunificación familiar—, que Bensaïdi narra en un tono asimilado al del teatro del absurdo, y con un ritmo narrativo deudor de los gags clásicos y de las viñetas del cómic. Desde luego, no se puede dejar de mencionar la convención empresarial a la que asisten, marcada por la arenga de una jefa que ejemplifica las más execrables premisas de capitalismo depredador, en una secuencia que alcanza el cenit del estilo “ridiculizante” y excesivamente subrayado del film.
Sin embargo, entre tanta comicidad asoma constantemente la denuncia de la pobreza, la amarga plasmación de la paupérrima situación económica que padece un amplio espectro poblacional. Son esas infraviviendas de adobe que, por cierto, en algún trance filmará con un virtuosismo formal hermoso y demoledor, esos automóviles descascarillados, esas vestimentas miserables, las carencias en suma de todas esas tierras desprovistas de las comodidades occidentales. Además, los “cobradores” tampoco son ajenos al drama vital. En las soluciones que proponen a sus apurados antagonistas, o en las posturas de cada cual en una discusión privada, se puede apreciar la diferencia de caracteres y disposición entre los dos compañeros. Mientras Hamid (Abdelhadi Taleb, que ya estuvo en Volubilis, el anterior largo del director) resulta plácido y conformista, Medhi (Fehd Benchemsi, un habitual de Hamid Hamidi en cintas como Mi tierra, que también había trabajado ya con Bensaïdi), parece no soportar la bondad anti-mercantilista de su amigo. Pronto comprenderemos sus razones, un acuciante problema familiar de difícil solución lo atenaza. Y se pondrá de manifiesto entre la extraña pareja durante una noche de insomnio y lágrimas, al son de una vieja canción, que marcará el punto de inflexión narrativo de esta historia.
Porque al poco tiempo, un buen día en una estación de servicio en medio del desierto, una moto estaciona frente a ellos y un hombre esposado al baúl, amenazante, les es encomendado para llevarlo frente a las autoridades con la promesa de una recompensa. Este encuentro marcará el comienzo de un viaje inesperado y místico. Una nueva película comienza a partir de aquí, abandonando la comicidad expositiva previa para adentrarse en un ejercicio analítico de profundidad onírica, que va a marcar el devenir de nuestros protagonistas hasta la misma reconsideración de sus planteamientos vitales, éticos y sociales precedentes.
En el plano técnico y estético, hay que destacar la fotografía de Florian Berutti, que consigue captar la majestuosidad solemne y dura del medio físico, de esos desiertos escénicos y también personales, que constituyen finalmente la esencia significativa de una crítica incisiva y certera sobre la realidad socio-económica del país magrebí, igualmente representativa de las problemáticas de toda la región y de gran parte de la civilización en que vivimos.
«El Cine es más hermoso que la vida.»