Año 2008. Uno de los tres presidentes más longevos del continente africano, concretamente de Zimbabue, gana de nuevo unas elecciones democráticas que serían acompañadas por acusaciones de fraude y falsificación de votos por estamentos internacionales, dejando a Robert Mugabe en una incómoda posición, delegando en un comité —el COPAC, encabezado por un miembro de su partido y un miembro del partido de la oposición— la redacción de una nueva Constitución con la participación del pueblo. Es ese el punto de partida desde el que arranca esta Democrats, una cinta que desde buen comienzo demuestra que, si bien sus cartas no están marcadas, sí parecen estarlo algunos de los puntos acerca de la consecución de ese documento que deben redactar Paul Mangwana y Douglas Mwonzora, miembros respectivamente del ZANU-PF y MDC, partido central y opositor al gobierno de Mugabe. Ello queda prácticamente constatado en una de las primeras apariciones del presidente zimbabuense, que en la reunión para dar por inaugurado el proceso de redacción es aplaudido y jaleado en todas y cada una de sus frases; muestre o no el texto en cuestión agudeza o ingenio, las palabras de Mugabe son recibidas con carcajadas, como si la voluntad de cada uno de los miembros de su partido hubiese sido extirpada y sólo restase la triste asignación de un papel donde reirle las gracias a tu líder se transforma en objetivo principal.
De este modo, la realidad supera a la ficción —particularmente recordé cuando el señor Burns contrataba a Homer para reír sus gracias— y ese contexto pronto es trasladado al de la negociación: cada pueblo, por pequeño que sea, que pise Mwonzora, no encuentra la más particular oposición a lo que debe dictar el presidente. Es así como se empiezan a levantar las primeras suspicacias por parte del miembro designado por el MDC y pronto se intentan hallar soluciones a la coacción que presuntamente —ya que el espectador no la presencia en primera persona— ejecuta Mugabe a través de sus fuerzas a cada lugar visitado por ambos miembros antes de que estos puedan siquiera pisarlo. Incluso siendo conscientes de que el proceso está claramente prefabricado y decantado por una de las partes, Camilla Nielsson ejecuta un ejercicio transparente, que si bien en alguna ocasión opta por adoptar una posición mediando pequeñas herramientas —como esa banda sonora hábilmente engranada en puntos clave—, en todo momento sabe cuales son sus objetivos, y entre estos no se encuentran ni mucho menos en hallar víctimas o culpables —al menos de lo que se deduce en la relación entre Mangwana y Mwonzora, pese a ciertas actitudes—.
Es, de hecho, el arco dramático y la evolución que muestran estos dos personajes una de las claves de que Democrats se sostenga con tal aplomo y sea capaz de llegar exactamente a donde desea sin apenas tener opción de titubearse. Así, declaraciones como las ejercidas a cámara por Mangwana casi al comienzo del film, donde comenta sin demasiado pudor que la política es, al fin y al cabo, un ejercicio de pretender, fingir, se van extendiendo de un modo sutil a lo largo de un metraje que prácticamente muta esas palabras a su antojo. De este modo, el fingimiento al que hacía alusión Mangwana con respecto al modo en como debía percibir Mwonzora o los miembros de su partido las virtudes/debilidades del ZANU-PF, deriva en algo que se percibe tanto de un modo exteriorizado —lo que vemos y conocemos— como interiorizado —lo que terminamos descubriendo—. En definitiva, lo que se establece es una percepción conocida pero no asumida —la política es, básicamente, una fachada— que obtiene a través de esos dos puntales un sentido mediante el cual además la asunción de una libertad consensuada queda constreñida por una trastienda que se deduce en dos planos —concretamente, los de la firma de esa nueva Constitución— tan certeros como al fin y al cabo descorazonadores.
Larga vida a la nueva carne.