En una ocasión un compañero habló sobre la figura de Danny Boyle calificándole como un “autor líquido” por el modo en como su cine mutaba y se reajustaba en función del género que tomase por mano el británico. Si bien esa aseveración no se puede realizar por el momento sobre Jean Luc Herbulot, debutante para la ocasión y autor de esta Dealer, lo cierto es que el modo de engullir y reformular referentes, estilos e incluso tonos se podría asemejar perfectamente a lo que nos ha acostumbrado el autor de Trance (esa «liquidez») a lo largo de estos años. Con una clara distancia, evidentemente, la de conjuntar esa amalgama de relaciones trazadas y comprimirla durante setenta minutos que, como no podría ser de otro modo, resultan tan efervescentes como aquellos textos, formas e imágenes a los que se acoge Herbulot.
Ese es el marco ideal para que Dan Bronchinson, un tipo de aspecto desaliñado, prominentes entradas y barba de dos días que bien pudiera estar rememorando a aquel Jason Statham primerizo, cuando le conocimos a través del cine de Guy Ritchie y todavía no hacía alarde de sus atléticas cualidades, se sumerja en un submundo criminal que en realidad no parece tan extraño acoja a una suerte de doble del británico, pues el universo que teje el cineasta galo en Dealer bien pudiera haber salido de la pluma del autor de Lock & Stock. Ahí están sus inverosímiles líos, su particular sentido del humor —un tanto más negruzco y menos aguzado— y sus variopintos personajes que, no obstante, convergen con un lenguaje cuyas aspiraciones resultan variables de las de aquellas Snatch. Porque donde Ritchie ponía la palabra y, sobre todo, la imagen, el montaje y esos juegos visuales tan arrebatados, Herbulot enarbola una puesta en escena donde suciedad y violencia van desgarrando el tejido de una superficie que no se contenta con ser una mera reproducción, y en consecuencia desata un cine de pronunciada personalidad, que si bien se acoge a unos marcados referentes sin reservas e incluso parece declararse hija de un tiempo concreto, no contrae sus posibilidades gracias a ese carácter efervescente.
Y es que puede que sea cierto, Dealer no ofrece alicientes a un género por el que sí parece haber pasado el tiempo, siendo capaz de mutar y transgredir sus reglas deconstruyendo fragmentos pasados para edificar un futuro —como hacía, por ejemplo, Bornedal en su Just Another Love Story y sus escarceos metacinematográficos con el noir—, pero el debutante aprovecha la circunstancia de su particular microcosmos y, con ello, reescribe los códigos de un ejercicio que se desenvuelve en términos tan dispares como lo permite la propia gestión del lenguaje. Así, y si bien se podría comprender la figura de Herbulot tras las cámaras como la de un cineasta que indaga y reformula en el cine —y estéticas, y tonos— previo, lo hace blandiendo un manejo del medio que cuanto menos otorga la percepción de encontrarnos ante un prisma distintivo, tan voluble como las fuentes tomadas para ejecutar un ejercicio que, si bien no obtiene el brillo de algunos de sus predecesores —podríamos hablar, además del cine de Guy Ritchie, de títulos tan dispares como Crank (por su frenético y medido sentido del ritmo) o incluso la saga Pusher (esa querencia por lo estético como espejo a un submundo/atmósfera característico)—, sirve al menos como una carta de presentación que a buen seguro centrará las miradas de aquellos aficionados al género en busca de esas balsámicas piezas que otorgan un poco de aire a un panorama que, siendo sinceros, requiere nuevas y azuzadoras miradas aunque sea a riesgo de aquello que Herbulot mejor parece atender: referenciar.
Larga vida a la nueva carne.