«Ningún hombre será marinero si encuentra alguna manera de que lo envien a prisión, pues estar en un barco es como estar en una cárcel, pero con el riesgo añadido de morir ahogado.»
Samuel Johnson
Mauro Herce nos ofrece una visión muy distinta de la navegación. En su primer film como director Dead Slow Ahead nos conduce hacia una experiencia vivencial, con la combinación de imágenes y sonidos nos sumerge en la inmensidad del mar. Un ritmo pausado con el que crea una atmósfera oscura y desconcertante que te atrapa y desorienta. El espectador es trasladado al interior del barco donde siente el tambaleo, la pérdida de rumbo y el movimiento inerte de la máquina. Su mirada se pierde en el horizonte infinito —donde el mar se entrelaza con el cielo— generando una sensación de vacío, una pérdida de referencias, de una realidad que no reconocemos como si nos encontráramos en otro tiempo, atrapados entre las paredes de una fría prisión.
El acero del carguero Fair Lady se abre paso por las profundidades del océano en un desplazamiento continuo, sin detenerse, día y noche la maquinaria sigue funcionando, repitiendo constantemente lo mismos movimientos. Un documental que se sumerge por momentos en la ciencia ficción pero también en el terror psicológico. Un experimento fílmico con una fuerte personalidad que consigue encerrarte en medio del mar acompañado del estruendo de una maquinaria que nunca se detiene. Dead Slow Ahead ha sido premiado en el Festival de Sevilla con una Mención Especial y en el Festival de Locarno con el Premio Especial del Jurado haciendo visible que en España existe una corriente de cineastas dispuestos a innovar, nadando a contracorriente para buscar nuevas formas de expresar y hacer vivir al espectador una experiencia única. Un cine que sigue buscando nuevas formas de mirar y reflexionar.
El sonido de las máquinas y de la naturaleza se enfrentan para convertirse en una única sinfonía que acompaña al carguero en su silencioso viaje hacia ninguna parte. El inerte movimiento del acero surcando el cielo y el mar —dando muestra de su grandeza— un continuo movimiento monótono que se hace eco a su paso. El uso del espacio, el color y los planos generan una atmósfera futurista donde la máquina parece cobrar vida, sin necesidad de que nadie la controle. Pequeños atisbos de luz intentan hacerse un hueco entre la oscuridad, pequeños reflejos de humanidad entre una tripulación fría que ejecuta movimientos mecánicos como robots. El monstruo que termina absorbiendo a su creador, el dominio del objeto sobre vida, personas que se convierten en piezas de engranaje de un mecanismo que les chupa la sangre. Una muerte lenta que avanza sin necesidad de llegar al final. Un movimiento infinito, donde no existe el fin.
Una film sensorial que sin necesidad de utilizar las avanzadas técnicas de la industria del cine consigue sumergirte en una realidad —sin apenas esfuerzo— con solo sonidos e imágenes. El silbido del viento, los pitidos del carguero y el rugir de las olas consiguen arrastrarte hacia la profundidad del océano. Mauro Herce consigue hacer pasar al espectador por su propia vivencia en el carguero, hacerle sentir lo mismo que el sintió cuando observaba la tierra disolverse en el horizonte. Un documental que no te cuenta, sino que te dice «¡Siéntelo!, vive en primera persona la soledad, el aislamiento de la sociedad, la deshumanización, la pérdida de contacto con la naturaleza, la continua presencia de las máquinas…». Una prisión fría donde la monotonía se apodera del ser. La opresión de la naturaleza y la vida por el resonar y la fuerza de un vampiro de acero que absorbe todo a su paso, para devolverlo sin vida.
Una mirada diferente de la navegación donde no hay bonitas historias de amor ni actos heroicos, más bien al contrario, la pérdida de contacto con el exterior y la degradación del hombre. Un reflejo de las sociedades industrializadas y su continua perdida de contacto con la naturaleza. La alienación del hombre a la maquina, convirtiéndose en una mera extensión de esta. Personas que reproducen continuamente los mismos movimientos, el hombre invento la máquina y ahora intenta parecerse a ella. Un terror que no te habla con palabras sino con sensaciones, obligándote a reflexionar e involucrarte en el.
Las miradas perdidas de la tripulación reflejan el deseo de escapar de esa coraza de acero que les aprisiona. Buscan retomar el contacto con el mundo, volver a tierra e integrarse de nuevo en la sociedad. Dentro de la frialdad con la que el director nos muestra al carguero y su tripulación, nos deja ver por momentos rastros de vida. A través de sus miradas, podemos contemplar la humanidad que lucha contra la máquina intentando retomar ese contacto, recuperar su vida y deshacerse del vampiro de acero que se ha adueñado de sus cuerpos, convirtiéndolos en parte del mecanismo que le permite continuar su viaje hacia ninguna parte.