En el siglo XVI, Andrés Vesalio fue responsable de revolucionar la enseñanza de las disciplinas de la anatomía y la cirugía. El que fuera médico de la corte de Carlos V y de Felipe II además publicaría en 1543 De humani corporis fabrica libri septem (latín para “de la estructura del cuerpo humano en siete libros”), una obra de texto ilustrada de gran influencia en la historia de la medicina, que realiza una exhaustiva representación de los órganos y del cuerpo humanos. Cinco siglos después la mirada a nuestro propio cuerpo y su funcionamiento interno sigue ineludiblemente mediatizada por la visión externa en su estudio minucioso. Una realidad a la que sólo se puede acceder a través del otro, con la ayuda de instrumentos y recursos tecnológicos más o menos avanzados, tanto para examinarlo como para corregirlo con la práctica de intervenciones de distinto nivel invasivo. Este proceso se ve reflejado de manera directa en la película De humani corporis fabrica (2022), en el trabajo de observación de los antropólogos y cineastas Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor de operaciones y autopsias en distintos hospitales parisinos (principalmente en el Beaujon y el Bichat–Claude Bernard).
El cine ha existido como herramienta para acceder a dimensiones desconocidas de nuestra realidad física, como instrumento científico a la vez que se desarrollaba su capacidad como medio artístico, desde su época primitiva. Las posibilidades de manipulación del tiempo y de la escala —acelerar y desacelerar procesos cambiando la velocidad de captura de las imágenes, ampliar y disminuir el tamaño del mundo visible— han dado a la ciencia unas enormes posibilidades técnicas para avanzar en su desarrollo. En el caso de la cirugía, la miniaturización de las cámaras permite adentrarse en plena actividad del cuerpo con la menor disrupción posible, como es el caso de los procedimientos basados en la endoscopia. Estos procedimientos suponen la base de gran parte de las imágenes recogidas en el filme, acercando al espectador a las distintas texturas de diversa viscosidad, los colores, los movimientos, las cavidades, la increíble habilidad de los profesionales médicos para acceder y manipular complejos sistemas biológicos y órganos humanos. Todo ello mientras el diseño sonoro transmite una experiencia total inmersiva en las salas de operaciones, con sus distintas máquinas marcando las constantes asociadas a la vida y a los dispositivos que se manejan para preservarla. También a sus límites, en un puñado de escenas que tienen lugar en un pabellón psiquiátrico, que actúan como contrapunto centrado en la última frontera del conocimiento que supone la mente.
Y al entrar en las diferentes estancias de un hospital, los diálogos y las conversaciones de los sanitarios —en ocasiones intrascendentes y hasta aparentemente fuera de lugar, en otras referentes a las condiciones de su trabajo y a los problemas materiales que tienen que afrontar en su día a día, que dejan vislumbrar la complicada situación de la sanidad francesa—, aportan otro aspecto a lo maravilloso y a veces terrorífico de su acceso sin límites a nuestro cuerpo, que identificamos con el de los pacientes y los cadáveres que se enseñan. Pero no todo son asépticas maniobras dirigidas a través de pantallas. También aparecen otro tipo de intervenciones más drásticas y violentas, que ponen a prueba el aguante del espectador, como una cesárea o una explícita operación de columna (que se integraría perfectamente entre los planos de una película de David Cronenberg). Estas muestran hasta qué punto podemos transformar nuestra materialidad, moldear los elementos básicos que forman nuestro ser físico para asegurar la vida y corregirla sobre la marcha cuando sucede algo inesperado.
Toda esta tensión acumulada por parte de los sanitarios —cuya cotidianidad discurre en los límites entre la vida y la muerte— se libera al final en una amable concesión dentro del montaje de De humani corporis fabrica, en una secuencia musical durante una fiesta de despedida de un miembro del equipo del hospital. La cámara describe al detalle un mural que emula la última cena de Jesucristo, pero cuyos protagonistas son los integrantes de la plantilla del centro sanitario. Al ritmo de una larga versión de Blue Monday de New Order se ven los grotescos detalles sexuales y representaciones gráficas de genitales, que generan un contraste sorprendente y vinculan su extrema cercanía con la mortalidad al intenso lazo que genera al mismo tiempo con la vida. El murmullo y el ruido del abandono a lo lúdico de quienes asumen grandes riesgos al entrar en el espacio más íntimo y vulnerable de nuestra presencia en el mundo llena el ambiente celebratorio de la sala de esparcimiento. Así De humani corporis fabrica nos devuelve al mundo real, proyectados fuera de campo y, a la vez, contenidos en la colección de sus imágenes previas como símbolos universales de la humanidad en su estado permanente de transición y cambio.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.