No sabemos a ciencia cierta si la nueva Crímenes del futuro va a ser el último proyecto de David Cronenberg, lo que si parece evidente es que parece buscar cerrar un círculo, una trayectoria al respecto de su primer film de mismo título. No analizaremos aquí la última obra del director, aunque es evidente que es necesario un apunte al respecto. Ni que sea por el hecho de que, más allá de la coincidencia en el título, parece una película pensada y ejecutada como contrapunto y ampliación, como una exposición más elaborada y explícita de las ideas contenidas en su película primigenia.
Pero, ¿qué podemos encontrar en un Cronenberg del año 1970? Evidentemente lo primero que llama la atención es que la querencia por unos determinados temas, y su traslación estética y formal ya están ahí. La nueva carne, el cuerpo humano como campo de experimentación evolutiva hacia una terribilidad mutante en el marco de espacios asépticos, aislados y con un punto de desolación, ya nos hablan bien a las claras de una visión que tiene tanto de profética como de negativismo existencialista al respecto de la especie humana.
Sin embargo a Crimes of the Future le falta, por así decirlo, un punto de cocción, esencialmente en lo narrativo. Aunque apunta ideas interesantes y hasta cierto punto revolucionarias, no deja de dar la sensación de estar ante un film construido a base de ideas y esbozos. Cronenberg traza líneas de investigación temáticas y experimenta con su forma de transmisión. Y si acierta completamente con la puesta en escena, flaquea sin embargo en fiarlo todo a una voz en off robótica que, aunque sí potencia el extrañamiento, acaba por teñirlo todo de un automatismo desangelado que no cuaja de la manera deseada con la sensación de frialdad buscada.
Por otro lado, este funcionamiento tan esquemático acaba por reducir la obra a una suerte de abstracción conceptual donde es relativamente fácil leer las intenciones argumentales (casi filosóficas o programáticas) pero trazando un camino difícilmente transitable. Hay quizás la tendencia, por otro lado habitual en un director primerizo, de querer abarcar mucho pero, y eso sí es destacable aunque no funcione, ser consciente de que se necesita un esfuerzo de síntesis para conseguir dicho objetivo. El resultado final de todo ello resulta, para ser sinceros, de difícil digestión, especialmente en su tramo final donde la narrativa acaba por ser no tanto inexistente si no más bien desconcertante en sus saltos y huecos de relleno complicado.
Así pues, Crimes of the Future de 1970 parece ser, más que una película, una tesis doctoral (cosa que se refuerza con la vocación antitética de la nueva Crímenes del futuro) donde David Cronenberg expone, a modo de estudio intelectual, su visión al respecto del cine que le interesa hacer, de lo que quiere tratar y de cómo llegar a ello. Una idea que se acerca más a una estética relacionada con un posicionamiento ante el mundo que con un manifiesto cinematográfico. Y es que, por turbio que a veces pueda parecer, Cronenberg ya se revela aquí como un humanista preocupado. Y Crimes of the Future no deja de ser su plantilla, su plano maestro desde donde construir su cosmovisión (casi) profética.