Ha habido en los últimos años una tendencia en el cine independiente norteamericano que busca retratar un estado de decadencia y precariedad en las clases bajas blancas. Quizás su exponente más reconocible es la ganadora del Oscar Nomadland, de la directora Chloé Zhao; según plantea dicha película, el nomadismo parece ser algo muy común entre tales individuos, en los que la precariedad laboral y la imposibilidad de adquirir una vivienda estable los obliga a migrar de forma constante volviéndolos habitantes de la carretera, hijos de la llanura, elementos de la puesta de sol. En estos retratos (incluyendo el que nos compete) hay no solo una postura crítica sino también una suerte de reivindicación de tales formas de vida, un romanticismo en el sentido moderno que apuesta por tomar distancia de la tristeza y detenerse a contemplar el paisaje, lo simple de la expresiones humanas desprovistas del consumo y la fuerza de las marcas, indagando en el pasado llano y animal del ser humano. En Daughter of the Sun esta apuesta romántica sobrepasa los límites realistas, el misticismo conexo con los principios ancestrales muta en realidad, situación que choca con el curso natural de las descripciones, pues al principio parecían solo una forma de alegoría.
Con respecto a la propuesta formal, la cinta destaca en su fotografía por la calidez de los tonos, reforzando y haciendo alusión tanto al cabello de la protagonista como a su conexión con el sol. Habrá también fuerte presencia de las sombras, pero estas siempre en relación con un cielo vigoroso y expectante. En cuanto a las actuaciones, todos los papeles mantienen un gran nivel, en especial la interpretación de Ryan Ward, quien da vida al padre de la protagonista, un individuo atormentado por su pasado y sus deudas que a parte de ello tiene que cargar con el estigma de sufrir el síndrome de Tourette y, por ende, ser un paria que de manera frecuente pierde su trabajo y tiene dificultades para establecer relaciones de cualquier índole.
La historia se apoya en todo momento en las reflexiones de la protagonista, quien a través de su voz en ‹off› desgrana los sentires de sí y de su padre mientras al mismo tiempo analiza el curso de la vida y la experiencia en general; un recurso que por momentos recuerda a las películas de Terence Malick gracias a las indagaciones filosóficas que surten en medio de la vulnerabilidad de los individuos acompañadas por bellas escenas de su cotidianidad.
Los sucesos que se representan, fácilmente podrían ubicarse en una suerte de realismo mágico anglosajón, aunque a diferencia de la definición clásica de dicho género, en este caso la magia a largo plazo sí adquiere un carácter relevante frente a los ojos de los personajes, y es la fantasía la herramienta que utiliza el realizador para construir un nuevo mundo en el que el pasado se redime y los personajes tienen una nueva oportunidad para recomponerse o reconfigurar su destino.
Daughter of the Sun termina por ser un nuevo resguardo de la decadencia contemporánea, una forma de alienación consciente en la que en razón de la imposibilidad de tolerar o encontrar un camino tolerable en la realidad material, se opta por lo místico, pero ya no solo como un modelo de vida ‹new age› con el cual poder digerir lo presente, sino como una necesidad real de que toda aquella fantasía que se esconde tras los sueños y las ilusiones se vuelva real, aunque sea en la apariencia, en la imagen digital, elaborando nuevos cultos que, a diferencia de los de antaño, no se sustentan en dioses o en largas tradiciones, lo hacen en la crisis dolorosa del presente, en la necesidad de alternativas que ya no permiten la razón.