«Si no creyera en la locura de la garganta del sinsonte
si no creyera que en el monte se esconde el trino y la pavura.
Si no creyera en la balanza en la razón del equilibrio,
si no creyera en el delirio si no creyera en la esperanza.
Si no creyera en lo que agencio si no creyera en mi camino.
Si no creyera en mi sonido si no creyera en mi silencio.»
—La Maza, Silvio Rodríguez
La medicina se define como la ciencia dedicada al estudio de la vida, la salud, las enfermedades y la muerte del ser humano, implicando ejercer tal conocimiento técnico para el mantenimiento y recuperación de la salud, aplicándolo al diagnóstico, tratamiento y prevención de las enfermedades. La Medicina debe aspirar a ser honorable, moderada y prudente; ser asequible y económicamente sostenible; ser justa y equitativa; y a respetar la dignidad de las personas.
Esta insípida definición de diccionario recoge una parte del concepto que para mí realmente representa la medicina. Y es que para un servidor, la medicina personifica el último oasis de pundonor, nobleza y decoro que existe en una sociedad infectada en el alma por virus tan patógenos como la corrupción, el individualismo, la envidia, la avaricia, la ambición sin límites y ese ejercicio del poder ligado a la demolición del equilibrio y el orden social.
Así, los médicos, enfermeras y demás profesionales sanitarios que laboran diariamente en esos siniestros y sombríos edificios que son los hospitales se erigen como esos héroes definitivos que sacrifican su felicidad y bienestar personal ofreciendo sus conocimientos, adquiridos a lo largo de duros años de estudios y prácticas, a cambio de un mísero salario que difícilmente compensa esas maratonianas jornadas laborales que les apartan del cariño y cercanía de sus seres queridos y que apenas les permite tener tiempo para unas efímeras e insuficientes vacaciones de las que resulta imposible desprenderse de la responsabilidad médica.
Esta paradoja humana y social ha sido deformada por el cine en multitud de ocasiones con objeto de construir inteligentes e incisivas fábulas morales que, sirviéndose de tramas sutilmente protagonizadas por profesionales de la medicina, en verdad se elevan como profundas historias con aspiraciones de radiografía social sitas en un determinado país o contexto político.
Este es e caso de esta joya del cine latinoamericano de los ochenta dirigida por el añorado Alejandro Doria. Y es que Darse cuenta no es otra película de médicos y hospitales que amplía el incontable catálogo existente en este subgénero. No. Hay algo en el espíritu de esta película que no puede dejar indiferente. Sí. Es cierto que esta es una película muy emocionante y conmovedora, aspectos que podrían inducir a pensar al espectador que nos encontramos delante de una de esas historias de inspiración y superación que tanto gustan a los gurús de la motivación y el desempeño. Igualmente Darse cuenta es una película dotada de una sensibilidad a flor de piel que retrata la lucha personal emprendida por un médico para tratar de recuperar de una muerte en vida más que segura de uno de esos pacientes cuyo tratamiento ha sido señalado como un estorbo para la recuperación de otros enfermos con mayores posibilidades de supervivencia.
Pero en lugar de derivar hacia esos lacrimógenos parajes mil veces vistos en otros productos, Alejandro Doria optó por edificar una honesta y valiente metáfora que apoyándose en ese sacrificio innato propio de la ciencia médica, proponía un atrevido planteamiento de denuncia en contra de esa atmósfera gris y apesadumbrada existente en la Argentina de finales de los setenta y principios de los ochenta gobernada por una dictadura militar auspiciada por los principales grupos económicos del país. Una autarquía que apenas dejaba visos de esperanza a una juventud que aspiraba a huir de esa atmósfera opresiva viajando a otros países ante la ausencia de expectativas y triunfo. Pero que igualmente mantenía atrapados en una cárcel fraguada con unas rejas invisibles a esos adultos cuya juventud y rebeldía había pasado a mejor vida, únicamente recordada como un fugaz y pasado ciclo irrepetible.
Porque frente al virus del desencanto y del hastío vital no existe fármaco ni remedio médico alguno. Y ello fue revelado por Doria con gran maestría, pintando una Argentina poseída por un panorama dantesco consustancial al de una sociedad enferma carente del oxígeno que los ciudadanos precisan para poder sobrevivir con un mínimo de dignidad. Una nación perfilada como una especie de jungla inhóspita y desoladora contagiada por una enfermedad terminal de la que únicamente podrá ser salvada, como reza la canción La Maza de Silvio Rodríguez, desde la fe, desde la creencia de que lo imposible es posible y desde la lucha valiente en aras de la consecución de la justicia social. Porque sin plantar cara a lo que no creemos justo, que cosa fuera el ser humano sino una maza sin cantera, un amasijo hecho de cuerdas y tendones, un revoltijo de carne con madera, un instrumento sin mejores resplandores que lucecitas montadas para escena.
Darse cuenta convierte a la alegoría y al simbolismo en su principal apuesta narrativa desde la primera secuencia. Así, una serie de planos y contra-planos mostrarán el interior de un auto que circula a toda velocidad por las calles de Buenos Aires en contraposición con una escena cotidiana de una familia embaucada en una pequeña discusión sita en el taller propiedad del cabeza de familia. El silencio de la muerte representada por el automóvil se coteja con el ruido de las airadas conversaciones familiares hasta que de repente la muerte se llevará por delante al joven y risueño Juan (magnífico Darío Grandinetti en su debut en el cine) quien estampará de repente su testa violentamente contra el parabrisas de ese ente invisible. La muerte siempre sigilosa e inesperada…
Doria acto seguido nos confundirá, haciendo viajar el foco desde el lugar del accidente hacia un entierro que intuimos puede tratarse del joven que ha sido arrollado en la escena de arranque del film. Pero no. La cámara del argentino recorrerá los rostros de los asistentes al deceso, presentando de este modo tan poético al protagonista del film: el médico Carlos Ventura (maravilloso Luis Brandoni), un galeno conquistado por una mirada melancólica plena de apatía y nostalgia que asiste al entierro de su madre junto a su mujer Nora (fantástica María Vaner) y en compañía también de su hijo universitario. Carlos se destapará como un profesional carente de expectativas y desilusionado con una vida familiar donde no existe el amor y sí el aburrimiento favorecido por una esposa inmersa en una angustiosa depresión que la ha convertido en un ser huraño y malhumorado a lo que se añadirá un hijo cuyo principal objetivo será abandonar el país con dirección a Madrid con el fin de labrarse un futuro mejor. Ante la prisión que le supone su achacosa convivencia familiar, Carlos se refugiará en su fatigoso trabajo en el hospital donde compartirá quehaceres con su amiga enfermera Ágada (China Zorrilla) así como con su compañera Delia (Dora Baret), una colega con la que Carlos desfogará sus deseos amorosos en una relación adúltera vivida a espaldas de su cónyuge.
La cinta pintará en su inicio a esos macro-hospitales públicos como unos edificios sobrepoblados de enfermos e infradimensionados de profesionales. Unos lugares caóticos gobernados por la burocracia y por esa falta de iniciativa que el miedo a saltarse las normas establecidas impone, un territorio por tanto propicio para la generación de negligencias médicas y humanas. Al hospital arribará la familia de Juan (con su hermana, novia y un amigo al frente de la delegación) para interesarse del estado de salud del joven. Este interés inicial, manifestado fundamentalmente por su hermana, se irá apagando a medida que Juan sea señalado como un caso perdido por parte de los médicos responsables de su expediente, hecho que provocará el abandonando con el paso del tiempo de sus familiares.
Pero un gesto lo cambiará todo, este es, la cariñosa caricia que la mano del inconsciente Juan establecerá con la gélida y apenada palma de Carlos. Esta mueca originará el nacimiento de una utopía que se convertirá en la única razón de vivir para Carlos: la salvación de Juan. En este sentido, la titánica contienda médica emprendida por Carlos será el pretexto empleado por Alejandro Doria para describir la odisea personal en la que se sumergirá nuestro héroe en medio de un doloroso paisaje repleto de obstáculos. Un entorno en el que Carlos tendrá que abrirse camino mediante la iniciativa y la renuncia. La cinta acrecienta su valor a medida que el ojo de Doria profundiza en los tormentos del médico protagonista, siendo especialmente inolvidables las escenas familiares protagonizadas por un Luis Brandoni que exprimirá hasta la extenuación el estado de frustración de un personaje, al que da vida, despedazado por el estado mental de una esposa quemada por la depresión y el vacío de una vida carente de sentido. Asimismo brillante resultará también la disección de los personajes secundarios que acompañan a nuestro particular Ulises en su fabulosa odisea, siendo especialmente destacado el retrato que personifica China Zorrilla de la sufridora y conformista Ágada, la fiel enfermera amiga de Carlos.
Darse cuenta se alza como una cinta de un realismo estremecedor que ofrece una historia tejida con un hilo sumamente agridulce, pero que permite de igual modo la aparición de ciertas gotas de esperanza. Esta dicotomía será apuntalada a través del reflejo de dos soledades que emergerán en paralelo: la del apático Carlos y la del desvalido Juan. Dos seres sin ganas de vivir por diferentes circunstancias que gracias a ese sencillo acto humano que representa un simple abrazo de manos hallarán un sentido a su triste existencia bosquejado en este hermoso y tierno canto a la vida hecho película.
Todo modo de amor al cine.
Excelente visión y estilo argumentativo de la crítica. Cada frase me remontaba a la noche en que vi esta película, donde la carga emotiva pesaba mucho.
Excelente reseña de una peli que debería ser incluida como material de aprendizaje en universidades, escuelas primaria y secundaria, hospitales. Maravilloso mensaje en una cruenta realidad que lamentablemente, está atravesando nuestro país en la actualidad.