Las danzas macabras o danzas de la muerte son un género artístico surgido en la Baja Edad Media como representación alegórica de la muerte. Más específicamente como descripción de su carácter universal, con la personificación de la misma llevando a individuos de todos los estratos sociales o fases de la vida a sus tumbas. Este fenómeno que ha sobrevivido desde entonces en diversas formas, medios y expresiones sirve de origen a un proyecto de tres amigos (la cineasta Rita Azevedo, el actor y montador Pierre Léon y el filósofo y teórico del cine Jean-Louis Schefer) que utiliza su historia, contexto histórico a lo largo del tiempo y evolución para tratar la naturaleza de la imagen como concepto abstracto, la intención del ser humano al crearlas y la conexión espiritual con ellas en su película Danses Macabres, Skeletons, and Other Fantasies. A través de una serie de conversaciones entre ellos —llevadas principalmente por lo que son en muchos instantes casi monólogos de Jean-Louis Schefer— vemos desvelar la interpretación de las figuras que aparecen hace cinco siglos, su significado en relación al orden social y la influencia del cambio de prominencia de determinadas figuras en los autores de las mismas.
Esto es a su vez su mayor fortaleza y también el principal punto de debilidad de las imágenes rodadas por Azevedo. La palabra es la protagonista absoluta en una obra cinematográfica que analiza, a fin de cuentas, imágenes. Si bien el montaje incluye citas audiovisuales, son prácticamente anecdóticas como ejemplos puntuales para tomar de referencia. Cuando se combina lo textual con planos de obras pictóricas, dibujos o fragmentos de películas es cuando se revela la verdadera dimensión del film y su potencial desaprovechado también. Los cambios de contexto de las conversaciones ayudan a darle cierto sentido del paso del tiempo a lo que va creando una clase magistral de un filósofo al que sus acompañantes interrogan o replican lo mínimo necesario. Desde aquí surge la gran contradicción de una película que sublima lo oral para transmitir ideas que son obviamente incapaces de alcanzar el sentido de representación, el poder simbólico y las resonancias de siglos de historia. Algo de lo que es consciente el propio orador experto, cuyas divagaciones alcanzan temáticamente otros aspectos fundamentales del significado de la imagen para nosotros desde el comienzo de los tiempos.
Unos grabados prehistóricos y un retablo son objeto de estudio de la cinta en sus dos segmentos más enriquecedores y complejos discursivamente. Cuando la cámara recorre sus relieves y figuras complementando las reflexiones —y se puede intuir algo de su verdad más que encontrar una certeza intelectual—, Danses Macabres, Skeletons, and Other Fantasies descubre por completo la capacidad seductora de sus propias imágenes, que son palabras en sentido literal y, a la vez, transformadas metafóricamente por aquello que se pretende explicar. ¿Son las imágenes una mera representación de lo real? Si es así no tendría mucho sentido el empeño por codificar en ellas conceptos que trascienden nuestra propia mortalidad, imposibles de aprehender por nuestros sentidos o entender racionalmente como el amor o la muerte. Jean-Louis Schefer nos guía en una suerte de viaje interior para entender la necesidad del individuo como tal y de forma colectiva de capturar la esencia de las cosas, de ofrecerlas como legado en el tiempo, como sacrificio o pequeño gesto de resistencia ante las fuerzas superiores que rigen inescrutablemente nuestros destinos. Una necesidad que permite observarnos y entendernos en retrospectiva hacia el pasado, pero también construir un vínculo histórico continuo del presente con el futuro. Somos imágenes para aquellos que vendrán y las imágenes que creamos somos nosotros superando nuestra propia transitoriedad.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.