Comparando el reciente estreno de la ficción de 2019 de Dan Krauss basada en los hechos reales que mostraba su largometraje documental anterior, de título The Kill Team (2013), uno encuentra fácilmente tanto las carencias de la dramatización como los sesgos que incluye la mirada del director de manera inmediata tanto entonces como ahora. Sesgos que ya estaban presentes de partida al elegir al soldado Adam Winfield como eje moral del relato. El joven fue detenido al regresar a su casa de su misión en Afganistán, donde fue testigo y participó forzosamente —según sus declaraciones— del asesinato de civiles y la fabricación de pruebas para justificarlo. Para ello usaban armas requisadas y la cooperación de los miembros de su pelotón al servicio del sargento Calvin Gibbs. La película sigue el proceso militar abierto a Winfield y muestra sus testimonios junto con los de sus compañeros y sus padres, mientras avanza el tiempo y se ve forzado a buscar un acuerdo con el tribunal que va a decidir sobre sus responsabilidades. Por un lado se nos presenta la historia de un inocente y atemorizado joven que denuncia a sus padres las irregularidades que ve a su alrededor en el ejercicio de su deber. Por otro, sus intentos de salir libre de culpa, aunque no hubiera elevado sus quejas a ningún superior u órgano que investigase y pusiera fin a tales actividades.
La contradicción emerge con el contraste que crean las palabras de sus compañeros de armas, que presentan una diversidad de puntos de vista claves para comprender la compleja situación de estos individuos: lejos de su hogar y de cualquier apoyo personal o psicológico, presionados para realizar incursiones que acaben con las bajas amigas pero restringidos en sus movimientos por el protocolo, con la hostilidad permanente de los habitantes de la región y la amenaza invisible de una organización armada enemiga que usará cualquier medio para acabar con ellos. La experiencia subjetiva se presenta también con grabaciones realizadas por ellos mismos durante su despliegue en la provincia de Kandahar. Sus distintas personalidades y formas de afrontar el peligro, el subidón anímico que les proporciona matar al enemigo y las justificaciones que se buscan moral y legalmente se van desvelando con una facilidad aterradora. Esta contradicción conecta con los detalles que Winfield y sus padres cuentan a cámara sobre la preocupación extrema por la seguridad de su hijo y las posibles represalias que podría sufrir por señalar lo ocurrido a las autoridades o mantenerse indefinidamente al margen.
La supuesta rigurosidad moral del acusado, del sujeto central de la cinta, queda expuesta ante las razones impulsivas por las que otro de los soldados acaba delatando al resto por la agresión violenta en grupo que soportó. También por su propia actitud ante la inevitabilidad de la condena. ¿Quién es el verdadero héroe entonces? ¿alguien que sabe que lo que ocurre está mal pero no hace nada al respecto o quien actúa por interés personal y logra acabar con estas acciones salvajes encubiertas de manera organizada? La pregunta queda en el aire muy a pesar de Dan Krauss. Pero esto se relega a un segundo plano ante las revelaciones tan concretas de los soldados, liberados del código de silencio y dispuestos a admitir su responsabilidad desde perspectivas y visiones muy diferentes. Entre el avance del juicio militar, el recuento de lo sucedido sobre el terreno y las distintas facetas del trabajo que las tropas desempeñan en el conflicto bélico actual más largo destaca esa mirada individualista del director, incapaz de elevar el discurso a una crítica social o política, enfocado ciegamente en las decisiones basadas en la ética personal como origen de todos los abusos que allí puedan estar sucediendo.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.