Después de conseguir un gran éxito en Argentina con su última película, Relatos Salvajes, el nombre de Damián Szifrón está en boca de mucha gente. El director ha alcanzado un enorme reconocimiento con este último proyecto, pero ya tenía un buen bagaje como creador a sus espaldas. Dirigió importantes series televisivas como Los Simuladores o un Hermanos y Detectives que tuvo versiones en Argentina, España y México, y también había realizado largometrajes como Tiempo de Valientes o su interesante opera prima: El fondo del mar.
Esta última cinta, que será el objeto de este análisis, ya dejaba entrever algunos de los elementos que han contribuido al reconocimiento artístico de nuestro director de la semana. La historia es muy simple: Daniel Hendler, anclado en esa convulsa época de los veintitantos, descubre un día que su novia le ha engañado con otro hombre. Ante esto, sufre un ataque de celos que le lleva a perseguir al amante para tratar de descubrir el significado de la relación paralela que mantiene su pareja.
Lo cierto es que es una obra simplista, sin pretensiones. Prácticamente toda ella trata sobre la curiosa persecución nocturna. Sin embargo, a los personajes ya se les ven trazas de dejarse llevar por sus propios instintos. Escenas como la primera en la que Daniel Hendler ve hablando juntos a su novia (Dolores Fonzi) y a su amante (Gustavo Garzón) y tira una bolsa para que manche el coche de él y así terminar con la conversación, o cuando quema el auto de Garzón para tener una excusa para conversar directamente con él o, más claramente, cuando estrella su coche contra el de su rival en pleno afán persecutorio muestran como un hombre desesperado puede recurrir a cualquier plan que se le ocurra, por alocado que parezca.
No se puede decir que el objetivo a mostrar sea el mismo: en Relatos Salvajes esa desesperación de los personajes llevará a la tragedia, mientras que en El fondo del mar se trata de una desesperación constructiva: el protagonista tiene que descender todo lo profundamente que pueda para luego encontrarse a sí mismo. De hecho, y pese a las referencias buceadoras que se nos muestran a lo largo de toda la cinta, el título y la idea del mar son simples metáforas que el espectador tendrá que coger por su cuenta.
También es cierto que en ningún momento Daniel Hendler da rienda suelta a todo lo que lleva dentro. Se mantiene medianamente tranquilo, tratando de resistirse al cambio. Ni siquiera cuando se entera de lo que está pasando hace algo rudo, más allá de tirar unos vasos cuando le niegan el pasar al baño en una cafetería vacía. No, él espera y observa, intentado que todo se solucione por sí mismo, algo que, por supuesto, impediría todas las historias de los Relatos Salvajes.
Asimismo, hay cosas que se insinuan en este film que luego se desarrollarán en el posterior: los problemas burocráticos, mostrados por la piscina y las clases de buceo, la agresividad que se instala dentro de los hombres cuando conducen o la particular relación que se entabla entre camareros y clientes cuando algo no está al gusto de los segundos. Todas estas situaciones, que serán llevadas al límite, se enmarcan aqui en una situación de cotidianidad. Por decirlo de este modo, en este largometraje se resuelven bien, dentro de los marcos establecidos. Pero ya palpitaban en el fondo, a la espera de poder salir de una forma un poco distinta.
Quizá el defecto que se la puede achacar es que, en su camino hacia la profundidad, en ocasiones puede llegar a hacerse un poco lenta, pero más allá de eso, es una obra muy interesante para ver el crecimiento del director argentino.