A medio camino entre la ficción y el documental, el director Vít Klusák aborda en Daliborek, el youtuber nazi la creciente proliferación de la ideología de extrema derecha entre los más jóvenes centroeuropeos; para ello se apropia de un cisma social del treintañero aún ubicado dentro del hogar materno, Daliborek, quien siguiendo una de las tendencias más incomprensibles de la actual juventud convierte su vida en un espectáculo de tele realidad, bajo una diatriba poco habitual en estos menesteres: el joven protagonista es un neonazi, con especial pánico a la inmigración y al caos anexo que él siente al entrar en contacto con otras espectros sociales que se escapan a su tradición de pensamiento arcaico. Para dar cabida a un protagonista de tan drástica forma de pensamiento, Klusák, venido del documental, coge el enfoque más cercano de este género para plantear un dibujo irónico, en ciertas partes ingenuo, de la idiosincrasia de Daliborek, revistiéndolo de un hálito cómico presente en todo el largometraje y que permite al espectador observar lo cotidiano del personaje en una naturalidad espontánea y mordaz, planteando un conflicto social presente en plena Europa Central (la película está ambientada en Prostějov, República Checa) de una manera totalmente transversal y abierta, incidiendo en los aspectos más radicales del mismo pero obviando la incomodidad gracias a un tono totalmente extrovertido.
El nazismo, el ensalzamiento de la esclavitud hacia la mujer y un ímpetu hacia el racismo, es la triada que compone la mente creativa de Daliborek, que encerrado en su cuarto se dedica a grabar vídeos de Youtube donde extrapola toda su intrigante imaginería; una creatividad tornada en ridiculez, que acaban conformando el tono en el que se debe asimilar al personaje. Vídeos de muy baja calidad, cuasi paródicos, a la vista del espectador, pero que sirven en esta semi-ficción para confeccionar la dispersión de un ideario imposible de comprender, pero que el director expone de una manera que sea imposible de recibir sin una mirada portentosamente cómica; sirviéndose de la cotidianidad (la cinta irá entre rutina de la propia habitación de Daliborek y su trabajo, una nave de pintura industrial), así como de unas conversaciones rodadas de una manera tan íntegra como abierta, se expone de manera directa un carácter problemático y abiertamente hostil, aunque provisto de una teatralidad que abre las vías para su recepción. Además, esto se ve bajo unas costumbres que parecen sacar el peor reverso de su propio estado social, un trabajador de clase baja aún ligado al hogar maternal (una madre totalmente sumisa a las adversidades comunicativas de su hijo), que asimila como refuerzo escénico a su complejo de inferioridad, quizá la razón por la que su personalidad emerge con tanta radicalidad hacia el odio, que no le impide tener cierto énfasis creativo tan solo extrapolable a sus comunicativos vídeos con el resto del mundo.
La excesiva duración del film, cercano a las dos horas, especialmente palpable en los síntomas de repetición de su primer tramo (donde una pseudo-historia de amor ejerce de momentos de alivio), se contrapone con un tercio final que rompe de lleno con la naturalidad previa y que, consecuentemente anunciado como epílogo, muestra un retrato voraz y sin paliativos de los caracteres previamente presentados. Una visita a Auswitchz o, lo que es lo mismo, el escape consecuente de Daliborek hacia la región de tranquilidad edificada en su habitación, conforma la más cruel vena tragicómica, que deja una más que evidente claridad de los personajes tratados en la negación tozuda de hechos tan probados como el Holocausto. Lo más interesante de Daliborek, el youtuber nazi, dejando a un lado sus irregularidades puramente narrativas y cinematográficas, es su burlesca asimilación de este ejercicio a medio camino entre la ficción y la tele realidad, fiel a la perspectiva del retrato llano y bajo una final y abrupta deconstrucción de lo anteriormente asimilado con desbordante cotidianidad.