Mati Diop, una de las voces más versátiles del panorama francés, se estrena en la sección de Competition de la Berlinale con un documental sobre el retorno de 26 tesoros reales del Reino de Dahomey a su país de origen, la República de Benín.
En 1975, una antigua colonia francesa llamada Dahomey, ubicada en el oeste de África, cambió su nombre por el de República de Benín, en referencia a la Bahía de Benín que limita con el país. Hasta entonces, el nombre de Dahomey honoraba a un antiguo reino local. Benín alcanzó la independencia el 1 de agosto de 1960, como muchos otros países africanos, y nombró como primer presidente del país a Hubert Maga.
Quien introduce la historia es la estatua de King Ghezo, el rey de Dahomey desde 1818 hasta 1859. Ghezo se presenta reducido a un número, el 26, sin nombre ni apariencia, solo con una voz metálica que nos habla en primera persona. La estatua comparte su inseguridad, al saber que será trasladada de París a su país de origen. Teme que no la reconozcan y no reconocer la tierra de donde viene; lleva mucho tiempo sin ver la luz del sol. Pero no es la única, este proceso de restitución abarca 26 obras, de un total de 7000 que fueron saqueadas por las tropas coloniales francesas el 1892.
Una vez los tesoros llegan a la República de Benín, empiezan las celebraciones en su honor. La directora opta por enfatizar la llegada de estas piezas desde perspectivas distintas. Por una parte, muestra la vertiente más festiva, con bailes y canciones tradicionales que las reciben y remarcan el punto simbólico y patriótico de este acontecimiento. Por otra, sobre todo en los trabajadores, reina un sentimiento de desconcierto y curiosidad hacia estos objetos recién llegados de la otra punta del Atlántico.
Dahomey es una película inevitablemente política, que habla de la identidad, del patrimonio cultural de un país colonizado y de la falta de referencias propias del país para educar a las nuevas generaciones. Para ello, se ofrece un espacio de debate a los estudiantes de la Universidad de Abomey-Alavi, a quienes escuchamos y con quien empatizamos y observamos como sus opiniones chocan y se complementan. A través de los diálogos de estos jóvenes entusiastas surgen alternativas para mejorar un sistema educativo incompleto en el ámbito de la cultura o de la lengua. En relación con esta última, el idioma oficial de Benín es el francés, pero los benineses y beninesas no se identifican con él. «Nos han hecho esclavos de nuestro propio lenguaje. Hablo francés, pero no soy francesa» comenta una joven. El fon y el yoruba son lenguas habladas comúnmente en el país que el sistema educativo ha elegido no potenciar.
En el debate también surgen preguntas sobre el futuro, y se cuestiona el fin de este acto por parte de Macron. ¿Por qué ha querido devolver los tesoros justo ahora? ¿Y por qué solo 26 de 7000? ¿Es una iniciativa para blanquear la imagen de Francia? Se preguntan los más escépticos y desconfiados, pero también los espectadores. Ya que son reflexiones que atraviesan la pantalla y nos interpelan, aún desconociendo su respuesta. Otros, en cambio, se aferran a estas piezas y a la idea de haber recuperado una parte de su identidad «Podrían no haber devuelto nada» y confían en poder educar a las próximas generaciones con estas piezas.
No obstante, con los tesoros o sin ellos, los habitantes de Benín siempre poseerán una cultura inmaterial que no deben olvidar, apuntan algunos, como son sus tradiciones, su música o el mismo vudú, su religión.