Si Salvador Dalí y Quentin Dupieux hubiesen coincidido en una misma época, claramente serían enemigos íntimos. Aprovechando que ahora uno de ellos no puede opinar sobre lo que hace el otro, Dupieux decide a dedicarle una película completa a uno de esos amantes prohibidos del surrealismo (en el arte) abusando, necesariamente, del absurdo (en el cine).
Con ese afán de no dejar títere con cabeza en el que se va convirtiendo poco a poco el cine de Quentin Dupieux, Daaaaaalí! sigue a una joven periodista intentando conseguir una entrevista con el artista catalán. Gracias a esto da pie a sumergirnos en la tontería, la abstracción de la realidad, la ensoñación y una mirada mordaz a las grandes estrellas con enormes egos. La periodista sí es una constante, Anaïs Demoustier persigue incansablemente arrancar unas palabras a la megalomanía de Dalí y, por lo mismo, Dalí está interpretado por numerosos actores, siendo su aspecto siempre cambiante, sin perder el bigote ni el gracioso acento gerundense en el engolado francés que entonan todos los intérpretes.
Se somete así Daaaaaalí! a la referencia del sueño que tan bien dibujó el director en su anterior Réalité (2014), donde a modo de bucle enlazaba personajes y vivencias de manera que, trabajado por otro realizador seguramente resultaría repetitivo, pero en sus manos era un soplo de aire fresco a la vez que un dolor de cabeza que invitaba, una vez más, a reírse sin parar. Con la película que nos ocupa tal vez se estira demasiado el chicle, pero el chiste sigue teniendo fuerza sin importar cuántas veces pase por la casilla de salida. Se aprovecha entonces toda esa “magia” que siempre ha acompañado a la obra de Dalí, así como su codicia por salir en todo tipo de entrevistas, grabaciones y fotografías donde ser el absoluto protagonista por encima de su propia obra, convirtiéndolo en una especie de representación abstracta de la realidad que el pintor reflejaba en sus cuadros. Los gags se suceden a su alrededor con naturalidad, y el hecho de encerrarnos junto a sus personajes en una repetitiva ensoñación consigue sorprendernos por inesperada y a la vez volvernos locos por ser insultantemente obvia.
Es la fuerza arrolladora del absurdo de Dupieux lo que nos puede encantar de Daaaaaalí! pues, en cierto modo, para el director debe ser una especie de ídolo intocable en el que le gustaría reflejarse, por lo que se puede permitir reproducir la broma con él como protagonista. Lo importante no es lo que podamos escribir sobre la película, lo primordial es verla para descubrir esos pequeños regalos que van pasando por la pantalla en forma de referencias y chanzas internas, porque es posible que el global de Daaaaaalí! no consiga destacar frente al resto de genialidades del director —lo sentimos, pero aquí en Cine maldito se le venera y hemos visto todas sus películas sin queja alguna—, pero sin duda rescata algunos momentos hilarantes y ácidos dentro de su masiva incomprensión. Seguramente Dalí —la persona, el artista y el personaje— dé para mucho más humor y todavía más oscuridad en esas risas, pero lo que exprime Dupieux aquí es honesto y pasajero, una de sus películas para abrir boca antes de alguna otra insospechada obra maestra por su parte. Aunque solo sea por ese pasillo interminable o ese cura contando lo suyo una y otra vez, perder un rato para ver Daaaaaalí! habrá merecido la pena.