La directora gijonesa Ángeles Huerta debuta en el largometraje de ficción con O corpo aberto, tras previo paso en el documental con Olvida Monelos; la cineasta no sólo se ha atrevido con un drástico cambio de género, sino que también efectúa una relevante mutación de registro adaptando un relato corto de Xosé Luis Méndez Ferrín anclado en el folclore gallego de principios del Siglo XX. Con ello nos encontramos en la historia de un joven profesor que es destinado a un pueblo de la Galicia rural situado de manera anexa en la frontera de Portugal; pronto, la cotidianidad se verá inundada por un incesante despertar de las tradiciones del lugar, donde la idiosincrasia de la ubicación, pintada de la habitual nebulosa meteorológica, se torna en la oscuridad que vela al protagonista al mismo tiempo que en él se despierte una especial predilección por una de las lugareñas. En primera instancia se puede identificar una confrontación eternamente recurrida en el cine de género, como es la lucha entre el urbanita y el componente rural; si bien esta afirmación se adhiere como un guante a la premisa, esta rápidamente se bifurcará despojando su escenario en base a un recubrimiento estético fascinante.
Huerta asume el relato confluyendo diferentes tesituras, dominando de manera orgánica el drama rural; con su microcosmos poblacional, el film emerge las texturas propias de los pueblos alejados de la civilización con esa riqueza folclórica adherida, en base a esa tradición oral que se mantiene el legado cultural de estos parajes alejados del hábitat urbano. Aún siendo una constante en este tipo de historias, la llegada de un extraño sirve como hilo conductor para detonar unas capas que parecen ocultas en la idiosincrasia del lugar. Esta exploración supone el eje central de O corpo aberto, donde la naturaleza de la vida rural dará paso a una confluencia de vertientes que quizá hayan servido de salvoconducto para la directora: desde el ‹weird western› que se cita aquí con el reverso telúrico, hacia el hábitat existencial de principios de siglo, y en donde podemos encontrar lugares comunes de la citada vertiente. El horror gótico y sus dimensiones sobrenaturales se pueden sentir aquí, especialmente en sus secuencias de interiores, con ciertos choques emocionales entre los protagonistas envueltos en la oscuridad sinuosa y fantasmagórica. Conviene advertir que el drama es el principal elemento que ondea sobre el film, caminando entre el arco de su personaje principal, con el reclamo estilístico de las citadas coyunturas así como en las maneras en las que la cinta moldea lo sugestivo de su tonalidad.
El camino de Miguel, protagonista, a través del descubrimiento del lado menos conocido del costumbrismo local, será progresivo; para ello se apuesta por una textura de género suministrada como mecanismo de impregnación del drama hacia el componente oscuro, en base a una medida ambigüedad. El film se compromete a tumba abierta en dotar de artificio la emulsión de las tradiciones ancestrales del lugar, contra las que chocará la ingenuidad del joven profesor; el atrevimiento con el que la directora se involucra en la naturaleza del fantástico más surrealista se acomete como un instrumento en el que discernir acerca de lo físico y lo espiritual, lo terrestre o lo sobrenatural. Una especie de inmersión embrujada hacia la tradición oral de lo rural, embalsamado a modo de cinta de género que encuentra su identidad con el fantástico de manera coherente y natural.
La maquinaria con la que O corpo aberto pretende mostrar los horrores autóctonos se ejecuta bajo una inyección psicológica que conmemora los temores atávicos de Ambrose Bierce, no dejando de lado en su discurso de calamidad dramática, bajo la que el personaje descubre el reverso tenebroso que la localidad esconde dentro de su cotidianidad. Una propuesta interesante que escapa a los habituales mecanismos con los que el cine de terror dinamita esa fina frontera entre el drama y el horror intrapersonal, aquí aludiendo a una especie de tenebroso realismo ‹fantastique›. Si bien en algunos momentos de la narración existe cierta densidad que induce una anarquía interna quizá no premeditada, la película funciona en su discurso: la potencia del drama como salvoconducto de esa emulsión litúrgica del folclore, creando una identidad marcada por la oscuridad del dorso menos conocido de la tradición oral dentro del ámbito rural.