Al final del bosque había una casa en una pequeña loma junto a una fábrica, mientras la luz de la tarde languidecía. Dos niñas tocaban juntas el piano hasta que un forcejeo a la entrada de la casa las asustó. Terminó la simetría, con esa estabilidad que servía como refugio y todo se quebró. Sonaron unos gritos, una pelea, unos cuerpos que caían al suelo y las súplicas de los padres, amenazados por unos lobos humanos ávidos por acabar con ellos. Las hermanas seguían escondidas en una zona oculta, sin poder mirar a los ogros que asesinaban como bestias feroces a sus padres. Tampoco pudieron llorar ni ayudarlos. Lo único que Jessica, la hermana mayor, pudo hacer fue proteger a la pequeña Sophie. Hasta que los criminales salieron de nuevo a la calle, veinte años más tarde. El cuento terminó, la pesadilla continuaba.
No son pocos los elementos inconscientes que conectan el acervo clásico de la tradición oral o los cuentos populares con el segundo largometraje dirigido y escrito por el bávaro Oliver Kienle. Desde la presentación audiovisual de la gran casa en la que viven las protagonistas, captada por un cámara manejada por dron desde las alturas, aislada entre las estribaciones de un bosque fantasmal que separa la naturaleza del hogar y la enmarca junto a una edificación industrial cuyo sonido mecánico, constante, zumba siempre sobre las notas del piano o las cuchilladas dolorosas con las que son agredidos los progenitores. El contraste de las melodías musicales, los golpes metálicos de la maquinaria exterior y los cortes secos en el interior enfatizan ese descenso a un escenario lúgubre climático, pero nunca morboso ni extenuante al narrar la historia. La razón es que Kienle se lanza de lleno al argumento que le interesa sobre la dualidad de las hermanas y de sus personalidades, veinte años después, por medio de una elipsis indicada tras un breve rótulo.
La fabulación de los cuentos clásicos se transforma en una película de suspense que se desarrolla con precisión por los movimientos de cámara, compañeros de movimiento, actitudes o los pensamientos de las hermanas. Los cambios del eje horizontal en una cama y el vertical al desfallecer a continuación, tratan de establecer la mirada en el punto de vista del personaje, como una marca de estilo que nos sumerge en la mentalidad quebrada de Sophie o el desquicio de Jessica, siempre mediante movimientos justificados, suaves, envolventes dentro de la escena. El uso del encadenado y el fundido para expresar el trastorno que parece crecer en la mente de Sophie. El empleo del corte abrupto para editar los planos y contraplanos de Jessica. El montaje y la planificación enriquecen la película, capaz de atraparnos y elevar el interés con los pocos elementos y personajes que acompañan a las jóvenes. Sumados a los reflejos que aparecen en cualquier momento, ya sea en espejos, en una bandeja, en cristales y otras superficies reflectantes que rara vez devuelven la imagen deseada.
Antes de que lleguen otras voces comparando Cuatro manos con las Hermanas de Brian De Palma, podremos disfrutar de un título acertadísimo aunque pierda el artículo femenino del plural en su traducción española —Las cuatro manos sería el literal—. Un film que absorbe el suspense clásico, lo actualiza sin fecha de caducidad y engaña con los mejores trucos cinematográficos para ofrecer un entretenimiento firme, sin fisuras. Una demostración de que la superioridad en cuanto al thriller actual está en el cine europeo y el asiático, fuera de Hollywood y cercanías. Asimilando las mejores enseñanzas acerca de la dualidad por parte de Robert Louis Stevenson con El doctor Jekyll y el señor Hyde, antes que otros referentes. Porque la maldad o la bondad no están muy lejos de nosotros, solo hay que mirar un poco al interior.