A el director J.C. Chandor le debe gustar mucho la sensación de vaivén de las olas. Eso explicaría esos drásticos cambios de composición que está consiguiendo con sus películas, ya que le conocimos con su preludio de la crisis mundial en Margin Call, un homenaje a cada actor participante que jugaba con sus afilados comentarios en el guión y las réplicas entre personajes. Alejado de todo aquel mundanal ruido, se atreve en su segundo film a abandonar en mitad del océano a un viejo lobo de mar para comprobar, de un modo totalmente opuesto, los límites a los que puede llegar la persona. Porque esto es lo que desea trasladar al espectador en ambos films, un punto de no regresión donde el instinto humano prevalece a la hora de sobrevivir, algo que se aplica tanto ante tiburones vestidos con corbata como ante inclemencias temporales. Todo es cuestión de desatar el supuesto fin del mundo y meter en el centro al personaje que debe soportar esa inmensidad.
En esta ocasión, el director depende totalmente de la reacción del hombre en quien ha confiado, Robert Redford, y este cumple expectativas para todos. A sus 77 años se pone su ropa de trabajo para despertar una tranquila mañana en un barco anegado por la desgracia, esa pequeña mariposa que consigue formar huracanes un poco más allá. Desde un primer momento, la soledad se convierte en una fiel aliada de sus movimientos, captando nuestra atención con la simple necesidad que todos compartimos: sobrevivir.
No hay más réplica para el protagonista que la naturaleza, y se convierte en un duelo que en ocasiones parece estar a un mismo nivel. Si de la nada aparece un container abandonado que desmonta su aparente seguridad, del mismo lugar llega la tormenta que convierte en vulnerable al ser más experto. La seguridad sí planea en cada momento sobre el actor, no necesita hablarnos, nos convence con su firmeza que tiene claro qué debe hacer ante esa situación que desesperaría a cualquiera. Y más allá de todo esto, llega el instinto que sobrepasa la experiencia, la confirmación que un simple humano no es más que una marioneta frente a la naturaleza, demostrando que de ella surgimos y por ella subsistimos, vivir o morir forma parte de un mismo fondo.
Cuando todo está perdido estimula esas preguntas sobre el hombre y su huella sin provocarlas, distancia esos límites de los que hablaba al inicio con el simple echo de ver a un hombre removido por una marea infame que convierte en pluma el objeto más pesado, y todo gracias a Redford, que con su supuesta calma y su fuerza sacada de la nada, se compromete a conseguir que todos reflexionemos más allá de su presencia. El tiempo corre y las situaciones son muy determinantes, buscadas con precisión para no sucumbir en el alarmismo ni el espectáculo. Esta película parece un regalo al actor protagonista, donde se le permite serlo todo y además, triunfar con este intento, ya que no resulta fácil imaginar a cualquier otra persona consiguiendo un mismo resultado que el expuesto.
Hacia el final, Chandor nos propone decidir entre creencias y hechos, y demuestra que sabe conceder espacio al actor y tiempo al espectador. Tras todo ello, no queda más que esperar reacciones, porque aunque el registro sea completamente opuesto, su estilo queda presente en sus películas, y una fidelidad de tal envergadura promete. Arriesgado es el film y sólido el resultado, y ante las miradas más exigentes se encontrará que el agua y el hombre son piezas indispensables que aprenden a tolerarse. Cuando queda claro que todo está perdido… ¿qué sucederá?