Cruce de caminos (Derek Cianfrance)

Cruce de caminos

Con frecuencia me refiero a los films norteamericanos de inicios de siglo XXI como piezas pertenecientes a un cine autoreferencial, únicamente bebedor de si mismo y que ha olvidado por completo la realidad que antaño tuvo como referente. Hablo de títulos como Gladiator, Piratas del Caribe, Una mente maravillosa o Million Dolar Baby: películas cuyos personajes ya no parecen sacados de la realidad, sino de una selección de personajes estereotipados vistos infinidad de veces en la gran pantalla. Pero no es únicamente una cuestión de personajes. Fijémonos, por ejemplo, en el modo en que se desarrolla la acción o la planificación de cada escena. En dichas películas nada de ello se asemeja ya a la realidad, sino que es presentado ante el público mediante códigos narrativos cinematográficos (uso exagerado de la música, fotografía bella cuando se presenta personajes “buenos” y sombría para los personajes “malos”…) que el espectador asocia involuntariamente a un tipo de situación. En pocas palabras, un cine que se tiene a si mismo como único referente.

A menudo hablo también de cómo el Nuevo Cine del Siglo XXI trata de reconciliarse con una narrativa bebedora de múltiples fuentes, planteando un tipo de cine que no tiene como único objetivo mirarse el ombligo. En este apartado encontraríamos títulos como La vida de Pi, Los Vengadores, Los Miserables o Argo, películas que sacan el máximo potencial de su fuente principal (un libro en el caso de La vida de Pi, los cómics con Los vengadores, el famoso musical con Los miserables y un hecho real en la galardonada Argo), casi olvidando los códigos cinematográficos más convencionales. Es como si dichas adaptaciones buscasen la complicidad de sus obras originales para encontrar nuevas fórmulas narrativas. Pues bien, en el caso del título que nos ocupa hablamos de una pieza cinematográfica que en cierto modo se encuentra en el punto medio entre ambas formas narrativas: Cruce de caminos es una película de tintes claramente realistas que no desaprovecha ocasión alguna para evidenciar su condición cinematográfica, algo que hace con secuencias que por momentos resultan encantadoras… y en otros tal vez demasiado cargantes.

Cruce de caminos

Empezando por lo básico, los personajes que protagonizan el último trabajo de Derek Cianfrance resultan escalofriantemente creíbles. En la primera media hora del metraje, dicho director centra toda su atención en definir al personaje principal y facilitar nuestra familiarización con él, en ocasiones logrando secuencias que rozan la brillantez. Se trata de una presentación totalmente desprovista de clichés que nos muestra sin temor lo mejor y lo peor del mencionado personaje. Y lo cierto es que se trata de una presentación tan bien construida que uno termina por no saber si odiar o compadecerse del que entonces es el protagonista del relato. Además, cabe decir sobre el apartado formal (ciñéndonos todavía a esta primera media hora de la película) que las fórmulas narrativas de Cianfrance están 100 % al servicio del relato: uno presta atención a los acontecimientos que se dan antes que a las filigranas narrativas del director, si bien estas resultan tan agradables de ver como fáciles de identificar (sin duda, un equilibro difícil de lograr).

Con tal eficacia se cierra la primera de las tres historias interrelacionadas que forman la película Cruce de caminos; y es precisamente a partir de este cierre cuando al joven director parece empezar a temblarle el pulso. Y es que el punto culminante del primer capítulo es tan trepidante (atracos a bancos hiperrealistas y persecuciones magistralmente rodadas) que no es de extrañar que Cianfrance afronte los dos capítulos que le siguen con cierto temor a provocar un fuerte desliz argumental, haciendo volar por los aires toda la atención que hasta entonces prestaba el espectador. Algo que, al parecer, intenta compensar mediante un uso exagerado de las formas, uso que en ocasiones, como dijimos, resulta cargante. Así pues, a pesar de que los nuevos personajes son igual de creíbles (e interesantes) que los inicialmente presentados, lo cierto es que hay determinados momentos de las segunda y tercera historia de la película en que el apartado formal adquiere un protagonismo tal vez demasiado exagerado, que provoca exactamente lo que el director parece querer evitar: distracción.

Cruce de caminos

Para ser más precisos, digamos que no se trata exactamente de un barómetro que vaya subiendo y bajando según la secuencia, sino más bien de una dosis de estilo formalista repartida a partes iguales que no afloja su intensidad cuando la situación lo requiere. Es decir, la intensidad con que se manifiesta el apartado formal es prácticamente la misma en todas las secuencias, algo que, evidentemente, no siempre sienta bien a la película. Dicho en pocas palabras, hablamos de una película claramente manierista que teme perder el interés de su público si en algún momento deja sus filigranas cinematográficas a un lado. De modo que, miren ustedes por donde, nos encontramos ante una película de personajes claramente realistas dotada de un manierismo radicalmente alejada de la realidad. Como si el director pretendiera encontrar un punto medio entre esta imitación de la realidad que es la esencia del cine y esta autoreferencia tan propia de grandes autores cinematográficos tales como Martin Scorsese o Quentin Tarantino.

A pesar de todo, el resultado supera con bastante el aprobado; pues en realidad, si bien es cierto que una vez finalizada la primera historia el filme pierde cierta fuerza, no es menos cierto que el interés del relato no decae en absoluto y que los personajes poseen el interés suficiente como para que deseemos saber más y más sobre ellos. Además, el reto que Cianfrance se plantea a si mismo resulta tan interesante como difícil de llevar a cabo: hacer una cinta de denuncia social sin dejar de plantear un punto de vista en cierto modo optimista. Y lo cierto es que lo hace con tal delicadeza que ambas cosas no contrastan en absoluto, sino que logran una harmonía que dota al filme de un punto de vista relativamente desenfado. En parte es gracias a ello que la larga duración de la película no se hace pesada en ningún momento. En resumen, lo que tenemos ante nosotros es una filigrana bien desarrollada que plasma con toda dignidad un discurso firme y atrevido y que en ningún momento cae en la pretenciosidad. Algo que, al menos en parte, resulta gracias la habilidad con que Derek Cianfrance mezcla esta imitación de la realidad tan propia del Nuevo cine del Siglo XXI con la exagerada autoreferencia tan distintiva del cine de inicios de milenio.

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