La Palma de Oro de 1975 no sólo fue la única que hasta el momento se ha concedido a una producción primariamente africana y la primera tras la re-nominación del galardón (por diversas cuestiones, entre 1964 y 1974 se nombró Grand Prix del Festival Internacional de Cine tal y como había hecho en sus orígenes), sino que también despertó una polvareda tremenda en la ciudad. La obra en cuestión llevaba por nombre Crónica de los años de fuego (Waqai sanawat al-djamr como título original real, aunque el francés Chronique des années de braise se haya considerado como tal) y tenía por cometido repasar la historia de Argelia desde los inicios de la Segunda Guerra Mundial hasta 1954, fecha en la que estalló una guerra de liberación que consumaría con la independencia del país magrebí en 1962.
No hace falta señalar lo espinoso de presentarse con una temática así en el país galo, ya que la cuestión argelina era algo muy tabú en ese momento. No en vano, unos años antes se había prohibido el estreno de La batalla de Argel, obra que, a diferencia de la que nos ocupa, narraba de una manera más explícita el nacimiento del Frente de Liberación Nacional y la lucha por la independencia. En cualquier caso, ambas poseen la inevitable similitud de no dejar a los franceses en muy buen lugar. Pero aquella, pese a ser una iniciativa del gobierno argelino, estaba producida en su mayor parte por capital italiano y no llegó a pisar Francia hasta 1971. En el caso de Crónica de los años de fuego, financiada en buena parte por el ONCIC argelino y el obvio esfuerzo de su realizador Mohammed Lakhdar-Hamina, el impacto de que entrara en la Sección Oficial de Cannes fue tan grande que las amenazas de atentado se sucedieron y varios avisos de bomba hicieron que se retrasara la proyección de otras películas del festival. Tras ganar la Palma (por delante de nombres como Antonioni, Risi, Herzog o Scorsese), miembros de la delegación argelina recibieron amenazas de muerte y llegaron a aparecer pintadas que jugaban con el título de la película, cambiándolo a Crónicas de los años de desarrollo de una tierra que estaba podrida, un alegato a favor de la presencia francesa en el país norteafricano.
En cualquier caso y más allá de cualquier polémica, el galardón no desentona desde el punto de vista cinematográfico. Bajo un aura épico como destila toda superproducción, se extienden 174 minutos que a lo largo de seis capítulos intentan desentrañar la lacra del colonialismo en general pero, sobre todo, las particularidades que tuvo semejante ocupación en Argelia. En el primer capítulo, Año de las cenizas, conocemos a Ahmed, un hombre casado y con hijos que vive en el pueblo de Wadi Abdallah. Él, al igual que toda la gente que trabaja las tierras del lugar, asiste con perturbación a cómo la sequía está provocando que el hambre y la sed azoten a sus familias, lo que provoca que muchos tengan que abandonar la zona y acudir a la ciudad. El propio Ahmed será uno de los que apuesten por esta iniciativa y a lo largo de los capítulos de Año del carro, Los años ardientes, Año de la Masacre, Los años del fuego y 11 de noviembre de 1954 iremos conociendo sus peripecias para sobrevivir en medio de un panorama convulso. Eso sí, cabe aclarar que la figura de Ahmed se usa como mero elemento vehicular para construir el relato; aquí sólo se puede considerar como protagonista a la tierra de Argelia.
Lakhdar-Hamina procura retratar cada escena con la máxima fidelidad posible respecto a lo que en realidad sucedió, tanto desde el punto de vista histórico como en el sentido de que no escatima en mostrar situaciones duras (sin llegar a lo demasiado explícito). La película resulta ágil en todo momento, sin elipsis exageradas que impidan perder detalle de lo que sucede, aunque es cierto que debido a ese intento por resultar lo más honesto posible, una determinada escena de la primera parte de la obra resulta más fría de lo que debería. También sucede algo parecido al principio de la misma en una pelea multitudinaria, donde el trabajo de los extras peca de un amateurismo alarmante. Pero son dos excepciones que no empañan el dramatismo general, ya que otros momentos decisivos de la cinta están resueltos con una emotividad tan grata como inesperada. Contribuye aquí la óptima fotografía del italiano Gatti (quien, por cierto, también trabajó en la comentada La batalla de Argel), sin grandes alardes pero que retrata en todo su sentido las secas tierras argelinas.
Crónica de los años de fuego es un buen ejemplo de cómo construir una obra histórica con fuerza, gancho y realismo sin introducir material de relleno (amoríos, intrigas…) y haciendo frente a un presupuesto que a buen seguro tampoco permitiría demasiados lujos. Una lástima que, a pesar de la Palma de Oro, no podamos encontrar excesiva documentación sobre esta obra a través de la red, ni siquiera en idioma francés. Y lo cierto es que sería más que interesante conocer al detalle el proceso de pre-producción, rodaje y distribución que precisamente fácil no debió de ser. Sin embargo, la película termina hablando por sí misma y más allá de que las condiciones de gestión y realización no fueran del todo idóneas, su impecable relato acerca de la toma de conciencia argelina y la consecuente explosión en forma de guerra ante el invasor permanecerá siempre en este vasto imperio llamado cinematografía.