Aquí los legionarios cantan «Soy un novio de la muerte que va a unirse en lazo fuerte con tal leal compañera». En Francia en cambio entonan un «No, nada de nada, no, no me arrepiento de nada. Ni del bien que se me hizo, ni del mal». En modo colectivo, se resumiría su orgullo en la valentía ciega y la lealtad absoluta, algo así como que la Legión es un modo de vida y no un entregado trabajo.
Por lo que sea, a Rachel Lang le ha interesado ofrecer una imagen empática sobre la Legión Extranjera Francesa dualizando su modo de vida: ya no son simples soldados de maniobras, también tienen lazos familiares que no les eximen de conectar con la realidad civil de la que provienen. Mon légionnaire es un título que incita a pensar en una amante esposa en la vía del tren despidiendo a su guerrero, con lágrimas en los ojos y esperanzas de futuro, y en cierto modo no reniega de esa obsolescente imagen para reproducir sus pensamientos, siendo distante ante el hecho de promover una idea concreta sobre la propia Legión y optimista en el modo de narrar la conciliación familiar. Un panfleto dirían algunos, una especie de encargo para sintetizar la buena salud de estos entregados hombres; un retrato dócil y desganado diría yo, uno de esos que surgen al intentar ser fría y reivindicativa al mismo tiempo.
Lang se centra en dos personajes novatos en cierta manera, todavía por crecer en sus puestos. Un joven Comandante francés en sus primeras misiones al mando y un todavía más joven soldado ucraniano. Al otro lado se encuentran la mujer del Comandante y la novia del soldado. Para todos ellos ha buscado una personalidad concreta que nos ofrezca ese radio multicolor donde todo es posible. En el frente masculino hay honor, entrega, solidaridad y movimientos tácticos un tanto soporíferos. En el frente femenino hay horas muertas, cajas de cereales, señoras ocupadas con el día a día, anhelos y críticas. Como si quisiera colisionar dos discursos diferenciados que deben enriquecerse mutuamente, la directora intercala el trabajo de campo con dos mujeres que despuntan en cierto modo de la esposa media del militar profesional, como queriendo adecuar un trabajo que poco ha variado a lo largo de los años con los actuales roles de pareja. Y claro, ninguno de los dos lados termina de empatizar.
No se puede negar que Mon légionnaire sabe ser íntima, racional y dramática cuando así lo exige la trama, pero no intenta en ningún momento sobrepasar la crónica edulcorada, pese a que introduce salvoconductos feministas o antibelicistas para compensar tecnicismos y que no parezca realmente una exaltación de los protectores de la patria.
Aunque los roles de sus cuatro personajes protagonistas son tan marcados, no termina de acomodar la voluntad de cada uno de ellos, hasta conseguir que Louis Garrel parezca un figurante, que Aleksandr Kuznetsov, tan cabreado con su pasión por su trabajo, no sea más que un falso reflejo del fracaso. Pierde así la potencia de sus intenciones en largas escenas de observación que no nos transportan nunca al conflicto, cuando parece que sí deseaba conseguirlo, siendo que aquí valoramos mucho el tedio cuando se le puede sacar algún significado. Ellas se llevan entonces el peso al poder ofrecer como civiles algo de pasión por la vida, y resulta agradable en cierto modo el crecimiento de Ina Marija Bartaité —a quien lamentablemente no podremos disfrutar en más películas—, pero igualmente el amor ciego y sordo que representa no consigue la emoción arrolladora que promete, del mismo modo que Camille Cottin no enfrenta su libertadora idea de mujer que se vale por sí misma lo suficiente como para creerla.
Es cierto, una película sobre rudos legionarios y acerosas féminas que les respaldan puede ser descafeinada, incapaz de resolver sus propias cuestiones, una pared de ladrillos que no tiene mayor intención que lucir su imagen, donde al final no lloraremos si se casan con la muerte, ni nos sorprenderá que de alguna cosa sí se arrepientan.