El rastro de las mariposas es como una huella totémica en este drama de identidades nómadas, de cómo los individuos en su tránsito por el mundo van perdiendo la claridad respecto al sentido de sus raíces. Todo empieza con un volver a medias a casa, porque por más que el orden de las escenas presente a un biólogo en su trabajo y luego a dos niños solitarios que parecieran recorrer un mundo abandonado de humanidad, el verdadero detonante es el funeral de la abuela, evento que reúne de nuevo a la familia, y que nos sustrae de ese primer apartado místico y difuso para llevarnos al mundo concreto, a ese presente clarificado y en algunos aspectos monótono o banal, pues de ese pasado ya no queda nada mucho más allá de las cicatrices que han venido cultivando un ego resentido. Entre esos dos niños que recorrían el mundo como camaradas ahora hay un abismo de afectos.
La película es un viaje constante entre la memoria y los escenarios del presente, entre el mundo del progreso y de los que se quedaron atrás, todo en la frontera, en el límite entre la América anglosajona y la hispana. Pareciera que hay una mirada crítica de ambos espacios: por un lado, la típica anécdota contemporánea de aquel que, aunque vive en un espacio de privilegio y prosperidad es incapaz de desarrollar vínculos a largo plazo tanto familiares como de otras indoles afectivas, y por el otro lado el hermano abandonado, el que debió quedarse en su tierra para no huir de alguna suerte de deber patriótico, y que sí ha tenido hijos aunque la crianza de los mismos no sea del gusto de todos.
De esta manera la cinta hace preguntas sobre el deber ser, sobre el lugar en el mundo y sobre la necesidad de un vínculo transcendental, más que humano, con la tierra y con los demás habitantes de la misma (los animales); todo esto se concentra y circula a través de lo trágico, de un evento funesto que hace muchos años en medio de la niñez destrozó la estructura familiar de ambos hermanos y creó un abismo de malentendidos y frustraciones entre ambos que hizo de la relación de estos un puente intransitable, lleno de resentimiento, de silencios huraños.
La memoria trágica es un intento de ancla que trata de atar los acontecimientos en la cinta. El protagonista divaga, reflexiona y transita entre las dos Américas haciéndose preguntas sobre el sentido de las cosas y sobre su lugar en el mundo.
El problema reside en la incapacidad del film de terminar de atar las reflexiones de las mariposas y lo místico con el hecho trágico. Porque un tema que pudiese sustentarse por sí solo, se fuerza a conectar con los eventos pasados particulares y terminan los dos a medias, como si la cinta no creyese en su capacidad de orientar el discurso solo en el vacío de significantes contemporáneo y necesitase del acto funesto que va tropezando con las reflexiones tratando de organizar dicho vacío, inmiscuyéndose de más; y que cuando finalmente se resuelve y revela algunos puntos esenciales de ese pasado se sienten paradójicamente intranscendentes, porque no justifican de manera sólida el divagar de los personajes; y lo mismo de nuevo hace que el cierre tribal, típico de ritos chamánicos (que parecen una salida pertinente para la crisis identitaria del protagonista) terminen por no cuajar con el mencionado develar de lo trágico siendo a su vez otro tropiezo que trastabilla con el anterior.
Muchas de las indagaciones de la película son pertinentes y necesarias, pero esta incapacidad de concretar ambos caminos hace que la división entre los modos de ver pase paradójicamente de lo metafórico a lo discursivo y por ende a lo personal de un autor incapaz de hallarse y labrar su fin.