En los campos de concentración que desgraciadamente fueron prolíficos durante la Alemania nazi, los llamados Sonderkommando eran grupos de judíos a los que sus superiores alemanes les ordenaban la realización de diversas acciones que, fundamentalmente, giraban en torno al antes, durante y después de los asesinatos en masa en las cámaras de gas. Es decir, aquellos que trabajaban en un Sonderkommando tenían que llevar a las futuras víctimas hacia las fatídicas instalaciones del horror, despojarlas de todos los objetos útiles, mentirlas a la cara sobre lo que iba a suceder ahí dentro, tratar de que todas entrasen a empujones y, después de que acaeciese la tragedia, limpiar todos los restos humanos que generaba el gaseamiento. Ni que decir tiene que aquel Sonderkommando que se negase a cumplir estas órdenes era ejecutado. Un dilema moral que ha provocado durante muchos años el debate sobre si estos Sonderkommando merecen ser tratados como culpables a la altura de los nazis o como unas víctimas más de entre tantas que acumuló aquella barbarie.
En El hijo de Saúl (Saul fia), el húngaro László Nemes dirige su mirada hacia el personaje de Saúl, un sonderkommando que cumple a rajatabla con su supuesto deber en el nefasto campo de concentración de Auschwitz, donde se calcula que fueron masacradas más de un millón de personas. Pero, al descubrir el cuerpo aún vivo de un niño entre los restos de la cámara de gas, Saúl decide intentar salvarlo argumentando que es su hijo. Con estos ingredientes, alguien podría pensar que lo que Nemes pretende elaborar aquí es la receta tradicional de historia de redención; craso error, ya que el cineasta pronto se desmarca de esta línea tanto en el plano técnico como el argumental, ofreciendo una propuesta cuyos reconocimientos en Cannes y las Américas gozan de cierto merecimiento.
Nemes, antiguo ayudante de dirección del reputado Béla Tarr, propone en El hijo de Saúl un estilo de puesta en escena bastante peculiar. La cámara sigue en casi todo momento la cabeza del protagonista; allá donde acuda él, los espectadores iremos detrás. Sin embargo, Nemes no resulta herido por su propia bondad técnica; dicho de otra forma, esa restricción autoimpuesta de que la cámara siga al protagonista allá donde este vaya no se cumple a rajatabla en los 107 minutos de película, otorgando algunos segundos de respiro al espectador. Lo que en un principio parecía que podía ser agobiante, termina por convertirse en un excelente recurso para transmitir parte de ese caos que se genera en la mente del protagonista, sabedor de que está participando de una terrible acción.
Por tanto, el cineasta húngaro nos brinda aquí un film bastante diferente a lo que se veía en la no menos buena película La zona gris, que también se acercaba a la figura de los Sonderkommando y no escatimaba en ofrecer imágenes duras. Pero además del llamativo y brioso estilo que presenta El hijo de Saúl, el hecho diferencial de la cinta que aquí nos ocupa es ese punto medio en el que sitúa a su protagonista, descomponiendo sus motivaciones sin querer entrar a juzgarle como si fuera una autoridad moral en el asunto; Nemes otorga espacio al espectador para que sea éste quien medite sobre la culpabilidad o no de los Sonderkommando.
Argumentaban recientemente en un medio cinematográfico de prestigio que utilizar frases del tipo “El holocausto como pocas veces se había vivido” para defender esta película era poco menos que algo infame. Y tenía su parte de razón: la inmensa mayoría de los espectadores nunca hemos conocido y seguramente tampoco viviremos algo similar en primera persona. Ni siquiera la más preciada y documentada de las películas puede acercarnos mínimamente a lo que aquella gente tuvo que sufrir, por lo que conviene no frivolizar con este asunto. Pero, partiendo de esta consideración, El hijo de Saúl se convierte en una de las obras cinematográficas que mejor han sabido retratar la atmósfera de un campo de concentración tal y como lo habíamos leído en los escritos de Primo Levi y otros personajes que vivieron la barbarie in situ. La combinación de una buena factura técnica y saber contar la historia adecuadamente y sin prejuicios casi siempre son garantía de éxito en el cine. Y, desde luego, la película que firma Nemes no es una excepción al respecto.