Aunque estamos viviendo buenos tiempos para el cine de terror (no es extraño encontrar periódicamente obras valiosas que mantengan nuestra fe en un género tan minusvalorado como gratificante), cuesta más encontrar, en nuestro país, películas con la suficiente personalidad y enjundia como para hablar de tú a tú a todos estos títulos extranjeros que han ido cosechando últimamente la admiración no sólo del seguidor más incondicional del mismo, sino también de aquellos que siempre han mirado con suspicacia (o incluso condescendencia) las bondades de un cine considerado a menudo menor, superfluo o alimenticio. Si echo la vista atrás, apenas encuentro un pequeño puñado de títulos, de entre los producidos en los últimos dos o tres años, que hayan apostado directamente por este género, y sólo dos o tres (Musarañas, La cueva, Retornados) que hayan alcanzado un balance artístico notable. La tónica habitual, por desgracia, la marcan películas derivativas y olvidables como Viral, Afterparty, Los inocentes, La hermandad o Psychophony. Cintas que, sin negarles su honestidad y buena fe, parecen entender (y expresar) su amor por el género a través de la copia y la pleitesía al lugar común, en lugar de fomentar el riesgo y la imaginación como principales activos del éxito.
En el caso de Desde el infierno, adaptación de una novela de Enrique Laso, me temo que estamos más cerca de este segundo caso que del primero. Si bien su mera existencia (dada la escasez de propuestas terroríficas nacionales) ya es motivo de celebración, es de lamentar la falta de riesgo y ambición con la que se ha abordado una historia que, no obstante, logra desmarcarse un poco de lo habitual merced a una serie de rasgos que por lo menos aportan diferentes matices a un guiso ya demasiadas veces cocinado. Por una parte, su apuesta por un horror de corte clásico, alejado del terror fallero y efectista que tanto se estila últimamente, resulta reconfortante. La seriedad con la que Endera conduce su historia, permitiéndose pocas salidas de tono, remite a un cine de terror pretérito y adulto, más pendiente de la historia y los personajes que del deseo de asustar al espectador a toda costa. Esto no quiere decir que el filme carezca de nervio y capacidad para generar miedo, sino, más bien, que la película resulta más inquietante por lo que plantea narrativamente que por la forma que luego elige para plasmar todo esto en pantalla (esencialmente prosaica, hasta deslucida).
Llegados a este punto, conviene señalar la modestia con la que ha sido confeccionado el proyecto, financiado vía crowdfunding por una enorme masa anónima de pequeños mecenas impulsados por su generosidad y sincero amor al género. Si bien el empeño del equipo que ha hecho posible la película es innegable, la cinta es incapaz de zafarse de un aire constante de amauterismo que baña todo, desde la propia dirección a las interpretaciones, esforzadas pero con frecuencia deficientes. Estas limitaciones artísticas, como aventurábamos, intentan paliarse con un argumento que apenas se permite concesiones sentimentales (más allá de hurgar, necesariamente, en el tópico del duelo del sufriente protagonista) ni comerciales. Al contrario, pesa más la inclinación de Endera por una concepción del Mal que, pese a valerse de ciertos tópicos (el recurso archiconocido de los dibujos siniestros dibujados por un infante), logra resultar atractiva para el espectador, tal vez por mezclar una imaginería diabólica clásica (no falta ni el cura que combate al maligno ni la investigadora de lo paranormal) con otros elementos (la raíz demoniaca situada en la religión islámica) más originales y llamativos.
Por desgracia, esta serie de factores no son suficientes para compensar la falta de ‹punch› general de la propuesta, lastrada por las carencias artísticas antes mencionadas y por las pocas sorpresas que jalonan el desarrollo de la trama. Tampoco su desenlace, previsible y poco satisfactorio, ayuda a levantar un trabajo que, a pesar de tener elementos de interés, nunca llega a entusiasmar o sorprender (y que, incluso, puede incurrir en una comicidad involuntaria en algún que otro diálogo). No obstante, la perspectiva con la que afronta el tema sobrenatural resulta lo suficientemente atrayente como para garantizar un rato agradable al incondicional más fiel a este tipo de cine, aquel que, obviando los numerosos defectos (de forma y fondo) que rodean la película, sepa apreciar la ilusión y el empeño de todos los que la han hecho posible. El resultado es una obra pequeña y voluntariosa, pero finalmente insuficiente.
Vamos, una puta mierda.