Hace pocas fechas nos dejaba quizás el mayor icono del cine árabe-africano en occidente: el legendario Omar Sharif. Sin duda la fama mundial alcanzada por el actor egipcio se debió en gran medida a la estrecha colaboración que mantuvo en la década de los sesenta con el cineasta británico David Lean con el que protagonizó dos películas de aclamación unánime como Lawrence de Arabia y Dr. Zhivago. Convertido en un galán de rasgos tan raciales como exóticos, Sharif desarrolló a lo largo de la década de los sesenta una fructífera carrera tanto en Estados Unidos como en Europa trabajando con directores de la talla de Fred Zinnemann en la reivindicable cinta que giraba alrededor de la Guerra Civil Española Y llegó el día de la venganza, con Anthony Mann en la superproducción Bronstoniana La caída del Imperio Romano, con Anatole Litvak en ese fascinante thriller bélico que es La noche de los generales, con Francesco Rosi compartiendo protagonismo con Sophia Loren en la recuperable Siempre hay una mujer y ya como protagonista absoluto con Sidney Lumet y Richard Fleischer en las menores Una cita y Ché!
Sharif continuó trabajando a lo largo de las siguientes décadas tanto en el cine europeo como en el americano engalanando con su siempre estimulante si bien secundaria presencia, toda una serie de producciones caracterizadas por el eclecticismo total: desde dramas históricos, pasando por comedias absurdas, thrillers exóticos e incluso el cine musical. Porque si por algo se caracterizó la carrera de este extraordinario intérprete egipcio fue por su capacidad de adaptación a un medio hostil y extraño que se hallaba, en los años de mayor actividad de Sharif, en pleno proceso de cambio desde ese cine clásico construido desde los paradigmas surgidos en la era dorada de Hollywood hacia un cine menos encorsetado pero también más mercenario producido simplemente con la intención mercantilista de maximizar los beneficios a costa de martillear el cerebro del espectador. Y Sharif salió de este desafío con la cabeza muy alta, colmando siempre con dignidad y con su buen hacer cada uno de los roles que le tocó interpretar en una industria destruida por su propio éxito a la vez que olvidadiza de esos mitos que forjaron su leyenda.
Pero antes de aterrizar en Europa, Sharif ya era una estrella de dimensiones descomunales en su país natal gracias a una serie de producciones principalmente dirigidas por otra luminaria del cine africano como fue el cineasta cristiano egipcio Youssef Chahine. Así, Omar debutó en el cine de la mano del maestro nacido en Alejandría, que lo convirtió en un esencial galán del cine egipcio gracias a ese porte varonil a la vez que melancólico que ostentaba el contundente y perfecto rostro del actor árabe. De entre todas las colaboraciones edificadas por esta singular pareja sin duda sobresale Struggle in the Valley, película considerada por buena parte de la crítica mundial como una de las mejores obras de la historia del cine egipcio e igualmente famosa por ser una de las cintas favoritas de un cineasta de la talla cinéfila del galo François Truffaut.
Dos puntos destacan en mi opinión en este hipnótico y atractivo melodrama. En primer lugar llama poderosamente la atención la libertad que brota de cada uno de los fotogramas cincelados por Chahine. Y es que Struggle in the Valley forma parte de ese grupo de melodramas nacidos en las ex-colonias británicas distinguidos por su ingenuidad, pero también por esa acreditada utopía que pretendía la emancipación de todas las mordazas impuestas por la metrópolis e igualmente de las establecidas por esos grupos religiosos tradicionalistas del propio país, hecho que ya pasados los años se ha revelado como una quimera ideada por un minúsculo grupo de intelectuales idealistas que creían que la combinación de independencia política ligada al mantenimiento de la influencia cultural occidental podría llevarse a cabo. En este sentido la película exhibe esa extraña mezcla que fusiona el exotismo del lugar en el que tiene lugar la epopeya de modo que seremos testigos de rituales, tradiciones y festejos peculiares de un país árabe con los rasgos y gestos distintivos del cine occidental en cuanto a ese estilo de contar una historia de amor racial e imposible con una puesta en escena recargada muy del estilo Douglas Sirk así como un ritmo dinámico que induce en ciertas ocasiones a cierta desorientación debido a la cantidad de personajes que aparecen y desaparecen para sostener el armazón principal de la trama.
En este sentido, esa libertad que pretende hacer aflorar en pantalla Chahine se refuerza con una historia muy literaria emanada de las fábulas enmarcadas en el género de venganza así como de las tragedias Shakesperianas donde los buenos y los malos quedarán perfectamente delimitados. De este modo el rol de héroe quedará reservado para Ahmed (Omar Sharif), el hijo de uno de los sirvientes del señor feudal del lugar. Un joven hecho a sí mismo, culto y doctorado que trata de liderar una pequeña revolución campesina para que la caña de azúcar producida en los campos campesinos sea distribuida en los mercados en condiciones de igualdad que la laborada en los terrenos de Pasha, el amo y señor de la provincia que dirige desde el pedestal que se levanta en su aislada mansión toda la economía de la comarca en su propio beneficio.
El pequeño triunfo obtenido por Ahmed y los campesinos despertará las alarmas en la empresa que Pasha dirige junto con su sinuoso sobrino. De este modo ambos urdirán un plan para inundar los campos de los alrededores para destruir la cosecha. Este suceso inducirá a un enfrentamiento de un veterano cabecilla campesino conocedor que detrás de este designo se encuentra la mano del Pasha con el leal padre de Ahmed que defenderá la honorabilidad de su amo pese al perjuicio que ello alienta entre los mártires labriegos compañeros de su infante. Este enfrentamiento público será aprovechado por Pasha y su sobrino para maquinar el asesinato del viejo cabecilla campesino, inculpando al devoto criado del crimen. Ello estimulará las ansias de venganza y descubrir quien diseñó la trampa en la que cayó su ascendiente en un Ahmed que igualmente sufrirá el rechazo de los aldeanos debido a su parentesco con el supuesto inductor del asesinato del honorable anciano.
Pero el segundo punto que comentaba que me llama poderosamente la atención de la cinta es la otra vertiente por la que discurre la heterodoxa trama que hila la armadura de la película. Porque Struggle in the Valley además de una potente historia de luchas de castas y poder territorial —argumento muy característico del cine egipcio brotado tras la independencia británica— es una historia de amor imposible entre dos amantes originarios de dos ambientes radicalmente opuestos: el humilde y resuelto Ahmed y la adinerada y caprichosa hija de Pasha, Amal (interpretada por la también legendaria actriz Faten Hamama). Chahine teje esta subtrama romántica con un talante muy literario, como una especie de Romeo y Julieta egipcio, sumergiendo la historia en un pequeño cuento de amor adolescente separado por las circunstancias donde los amantes vuelven a encontrarse ya adultos, igualmente enamorados pero distanciados por su origen social y también por el apetito incestuoso que Amal despierta en su traidor y vil primo. En este sentido fascinante sin duda resultará como Chahine compone la escena del re-encuentro entre Ahmed y Amal, presentando a la rica heredera viajando en un lujoso coche por las arenosas carreteras de la comarca con dirección a la mansión paterna mientras que Ahmed se halla embutido en plena labor de recolección en la cuneta mientras silba el mote cariñoso Patata al atisbar el auto donde viaja Amal para llamar la atención de su antigua enamorada.
Sin embargo, esta trama amorosa inicial por la que parece discurrirá el resto del metraje, se irá diluyendo poco a poco, en detrimento de una historia de venganzas, crímenes así como un poderoso vector enmarcado dentro del cine judicial clásico que transforma a Struggle in the Valley en una obra multidisciplinar adscrita a un sinfín de géneros de muy diversa índole. Este hecho, la carencia de un discurso lineal, no es óbice para que la cinta camine sin problemas ni obstáculos hacia adelante sin generar confusión en el espectador, sino que por contra enriquece el contenido de una cinta que hace del grupo y no de la individualidad su principal credencial gracias a un reparto coral que sostiene sin problemas cada segmento independiente de la epopeya así como a un montaje de tono muy clásico que no huye de cierta intención experimental con la inclusión de unos vanguardistas picados, escenas de tono onírico y unos movimientos de cámara muy Wellesianos en el tramo final de la obra que recuerdan sin duda a ese desenlace marca de la casa La Dama de Shangai.
Sin duda las escenas más potentes de la cinta se concentran en los magníficos episodios amorosos protagonizados por Sharif y Hamama que hacen saltar chispas gracias a unos majestuosos primeros planos en los que Chahine se recrea para exaltar la pasión que esconde la trama romántica de la obra. Igualmente inolvidables se destapan las escenas de bailes tradicionales egipcios con los que el director engalana su obra con el objetivo de vestir el ropaje de la misma con ese carácter étnico y geográfico que reconoce su procedencia. Finalmente no puedo dejar de resaltar todo el envoltorio que rodea al segmento judicial culminado con esa mirada perdida de un Ahmed que observará la injusticia de ver a su progenitor condenado a muerte a través de unas opresoras rejas. Y ese tramo final que ya he comentado que recuerda al más inspirado cine de Orson Welles donde seremos testigos de un duelo carnal y cruento entre héroe y villano entre unas ruinas situadas en pleno desierto. Secuencia rodada con una maestría descomunal por un Chahine que se revela como un narrador sublime.
Sin duda Struggle in the Valley es un clásico imperecedero del cine egipcio al que el paso del tiempo no ha hecho sino incrementar su leyenda. Ello se debe a la capacidad narrativa de un maestro que sabía muy bien lo que estaba cocinando con esta obra. Y es que se nota la mano de un Youssef Chahine que se hallaba en los cincuenta en su etapa de mayor creatividad y libertad cinematográfica. Porque ésta, la libertad, es sin duda la palabra que mejor define una película que a pesar de ciertas licencias y de ese tono heterodoxo que ostenta, se abre paso como uno de los monumentos aún en pie de ese utópico cine egipcio producido en los años cincuenta.
Todo modo de amor al cine.