El cine rumano no ha parado de aportar obras interesantes durante este siglo XXI. Los reconocimientos de crítica y festivales, que le han llevado a cosechar los mayores premios de Cannes, Berlín, Annecy, Gijón y otros relevantes certámenes internacionales, son solo una muestra estadística de la que hoy día es una de las filmografías más interesantes de Europa del Este. Nombres como los de Cristian Mungiu (autor de 4 meses, 3 semanas, 2 días, popular y alabada Palma de Oro en 2007), Anca Damian, Corneliu Porumboiu, Radu Jude, Nae Caranfil, Radu Muntean o Calin Peter Netzer son ya conocidos en los circuitos cinematográficos occidentales. Tampoco debe faltar en esa lista Cristi Puiu, un cineasta del que se destaca su trabajo en La muerte del Sr. Lazarescu y en Sieranevada, que recientemente se ha hecho un hueco en la cartelera de nuestro país. Pero Puiu debutó en el largometraje hace ya 16 años, justo al comenzar este dorado siglo para Rumanía, cuando dio a luz a Bienes y dinero (Marfa si banii), una curiosa película en la que merece la pena detenerse.
En Bienes y dinero, Puiu sigue los pasos de Ovidiu, un joven que empieza a estar cansado de su rutina como ayudante de la tienda de ultramarinos que regenta su padre. Sus deseos de futuro a largo plazo no encajan con la idea de sucederle en el cargo y sueña con liderar su propio negocio. Por eso, ve una oportunidad fácil y rápida de conseguir dinero en los encargos que le pide Marcel Ivanov, amigo de la familia y poderoso hombre de negocios. Simplemente, tiene que transportar unas medicinas desde Constanta hasta Bucarest con la ayuda de su amigo Vali y la novia de este, Bety. Sin embargo, la aparente sencillez del recado se desmorona cuando los protagonistas son atacados por unos extraños en pleno viaje.
Ya desde el principio Puiu deja claro su estilo: cámara en mano, poca amplitud de plano, intenso detalle de los rostros de los personajes. La técnica cobra su mayor fortaleza en las escenas en coche, bastante numerosas en una ‹road movie› como Bienes y dinero. En ellas, Puiu parece invitarnos a los espectadores a ocupar el asiento vacante, como si fuéramos uno más en el viaje. Con ello y a pesar de que las tomas no son de una gran duración, el director consigue que vivamos la intensa intriga que persigue a los jóvenes tras el asalto al tiempo que nada parezca falso en ese viaje. Los constantes diálogos, en ocasiones algo banales (como suele pasar en los trayectos en coche, por otra parte) pero normalmente importantes, sobre todo tras el mencionado incidente, ayudan a definir el perfil de los protagonistas. La seriedad y quizá demasiada confianza en los extraños que caracterizan a Ovidiu contrasta con el agresivo carácter de su compañero Vali, siempre apoyado por la joven de pocas palabras Bety. Las breves apariciones de Ivanov consiguen que su personaje imponga el respeto que caracteriza a su papel, aunque en este caso no esté exento de un cierto parecido con el arquetipo de esta clase de hombres ricos.
La evolución del relato que exhibe Bienes y dinero va en consonancia con su aspecto formal. Mantiene una meritoria pulcritud, sin que haya escenas demasiado llamativas (solo la escena con el policía y la que muestra el destino de los asaltantes se salen de lo esperado) pero otorgándonos un film que en su conjunto resulta atractivo de ver, probablemente por la cercanía que mantiene respecto a los que estamos visionándola. Puiu firma una ópera prima sólida y meritoria, que sin ser demasiado brillante en ninguno de sus aspectos tampoco flaquea en alguno de ellos, realzando a la película como una de las cintas recomendables para entender las virtudes del cine rumano contemporáneo.