Ante la asepsia formal que parece haberse instaurado en la sci-fi estos últimos años —incluso su hijo, Brandon Cronenberg, dejó claras muestras de ello en su ópera prima, Antiviral—, David Cronenberg continúa recorriendo caminos colindantes pero inversos: un hecho constatable en algunos de sus pasajes de Cosmopolis, penúltimo film del canadiense hasta la llegada de la cinta que nos ocupa, que se traslada en Crímenes del futuro a una vocación por escenarios que bien podrían ser post-apocalípticos; una extraña cualidad que no desentona en la obra del cineasta —nunca se ha ceñido a esa pulcra frialdad escénica, quizá estando más cerca que nunca en su debut, Stereo, la Crimes of the Future originaria y uno de sus grandes títulos, Inseparables—, pero que en este nuevo largometraje acrecienta sus rasgos si cabe, exponiendo espacios que ni siquiera abandonan ese aspecto sucio y deteriorado cuando se antojaría más lógico, en el acercamiento a zonas en las que lo quirúrgico, y la pulcritud que debería conllevar tal proceso, se exhibe (nunca mejor dicho) como un todo.
Es esa particular propiedad, uno de los aspectos más relevantes para comprender la deriva que tomará esta Crímenes del futuro, donde en efecto cualquier tratamiento quirúrgico es transformado en una plataforma desde la que asistir a un espectáculo, e incluso el medio en sí se revela como una fuente desde la que experimentar nuevas percepciones. El ser humano continúa un proceso degradativo que Cronenberg ha impulsado comúnmente desde lo carnal y lo sexual —nunca sin olvidar las connotaciones sociales e incluso políticas—, y que desde el mismo recipiente (el propio cuerpo) cobra extensiones quizá no tan inimaginables como las que trazó el mismo Cronenberg décadas atrás dejando apuntes de verdadero visionario, pero ante todo igualmente estremecedoras, sobre todo desde una concepción donde ni siquiera lo orgánico nos alimenta, y lo sintético empieza a formar parte de una dieta cada vez más cercana a los tiempos que corren. No obstante, y más allá de si el universo presentado por el canadiense logra recoger los ecos de una sociedad que sí glosaron títulos como la citada Videodrome o Crash, hay que reconocer en Crímenes del futuro un film capaz de congregar las claves del realizador, así como de dotar al conjunto de corporeidad y personalidad, haciendo que ese microcosmos se antoje propio, y no un simple remiendo de aquello que funcionó en el pasado.
Crímenes del futuro tiene la habilidad, en ese sentido, de erguir una creación que define muy a las claras el declive de un mundo, paradójicamente, menos humano. Sin embargo, en esa construcción se percibe una amalgama temática que Cronenberg intenta sostener aportando particularidades que, si bien expresan a la perfección su naturaleza, descompensan un film cuyo relato no parece encontrar una punta de lanza, y se diluye en exposiciones guiadas a una conclusión tan desoladora como en cierto modo programada, como si se tratase de la glosa de un texto repleto de puntualizaciones pero de escasa armonía. Así, Crímenes del futuro no termina siendo el regreso esperado, no tanto por las aptitudes de su autor al seguir dotando de coherencia y entidad a un universo, el suyo, difícilmente abarcable, sino más bien por esa apetencia por comprender lo que perfectamente podría ser un índice dada la complejidad del terreno en que se mueve. Ello no es óbice, ni mucho menos, para desestimar las virtudes de un conjunto que halla, ante todo, en el particular y vigoroso dibujo de Cronenberg, otro mosaico amargo que encuentra su sino tanto en la decadencia de unos paisajes más proféticos que nunca como en algunas imágenes que supuran una verdad que pocos cineastas podrían retratar así.
Larga vida a la nueva carne.