Hay que admitir que Cronenberg posee un fino sentido del humor. Ponerle rostro al capitalismo vampírico contemporáneo que agoniza en las facciones de Robert Pattinson, el chupasangres más conocido en la actualidad por encima de Drácula o Richard Nixon, tiene miga. Lo es más si tenemos en cuenta que nuestro protagonista aparece encerrado en una limusina que tiene mucho de tumba y que prácticamente parece un no muerto de esos sentado en su trono.
Hay que decirlo también desde ya. Pattinson está acertado a lo largo de toda la cinta. Igual su cara de palo ayuda a su papel, sin embargo hacia el final del filme demuestra que puede ser algo más que el tipo guaperas de una saga que se caracteriza por una humana que se debate entre la zoofilia y la necrofilia. Es en estos momentos finales cuando Cronenberg le exige algo más que su frialdad, y lo cierto es que cumple.
El problema para el público va a ser lo discursiva que es la cinta, donde cada diálogo o incluso pasaje se mueve más por el terreno de la analogía. No son personas, sino ideas y conceptos los que aparecen en la nueva película del director de Crash (la buena). Cronenberg se embarca en una ‹road movie› sin un hilo conductor especialmente claro.
La historia es simple: el personaje de Pattinson quiere cortarse el pelo en la otra punta de la ciudad el mismo día que el presidente de los Estados Unidos está en la ciudad y una marcha fúnebre de coches dan su último adiós al rapero más importante del país. La circulación es un caos. Apenas se avanza unos cientos de metros en horas. A todo esto, un grupo de personas empiezan a hacer actos esporádicos para protestar por la situación actual, y se ha recibido una amenaza sobre que alguien intenta asesinar a nuestro (anti)héroe.
Lo primero que hace el director canadiense es desechar todo lo anterior mencionado que podía dar a pie a un relato clásico. Construye el relato como una sucesión de encuentros, lo que asemeja la obra a las ‹road movies›, pero mientras en estas vamos conociendo a los personajes protagonistas gracias a estos encuentros, Cronenberg lo usa para demostrar la podredumbre moral y ética del capitalismo. Aunque pueda parecer lo contrario, tampoco el cineasta crea una obra tan alejada del público o experimental. Tenemos un arco de evolución que va progresando con cada encuentro, casi todos ellos acontecidos en la limusina.
Los diálogos son ideas y representan diferentes facetas de un misma cara monstruosa llamada crisis capitalista. No son diálogos realistas, se mueven por el mundo de la analogía, como todo en la obra.
Pattinson está atrapado en su limusina. No es que no tenga escapatoria, es que no quiere hacer nada por evitarlo. Lentamente, su vehículo se dirige a su destino. Se le avisa varias veces de que no prosiga, pero él insiste. No parece tener ninguna motivación más allá de follar a todo lo que se mueva. Porque su personaje colecciona cosas, ya sean joyas, casas, aviones, mujeres o amigos. Son lo mismo: cosas. Algo material para ser tuyo y que te reafirme. «Compro luego existo». Al igual que nuestro sistema financiero, él ha seguido hacia delante y no ha querido escuchar las señales de alarma. El mundo financiero de nuestro antihéroe se viene abajo, la ciudad se agita, alguien quiere matarlo. No falta mucho para que las puertas del infierno se abran y arrasen con todo, pero al rico y joven empresario le da exactamente igual. Ya que nos hundimos, cantemos. Ya vendrá alguien a rescatarnos.
Y es triste comprobar lo que piensa en su burbuja, alejado de todo, de las hormigas que pueblan la ciudad. Cuando su coche es atacado su comportamiento es más de curioso divertido que de otra cosa. No se le puede tocar.
Es complicado decir algo de Cosmopolis que no suene a un montón de ideas sueltas mezcladas y agitadas en una batidora. No es una película fácil de clasificar ni de ver. Tiene mucha mala hostia y más humor de lo que parece en un primer vistazo. No ofrece muchas respuestas, pero puede ser observada desde varias reflexiones posibles, y aún así, noto que se me escapa algo. Tiene algo de inclasificable y desde luego, tiene mucho de Cronenberg en su visión de un mundo putrefacto, porque eso es lo que el mundo de Cosmopolis —se abre la película con un elegantísimo ‹travelling› mostrándonos varias limusinas impolutas aparcadas para descubrir al final, que están en la zona de los cubos de basura—, un mundo a punto de venirse abajo en cualquier momento, con una clase dirigente surgida de la nada, representada en esos jóvenes millonarios que antes de los 20 han creado y arruinado alguna que otra empresa, que es de donde viene nuestro vampírico protagonista.
Está por ver qué es lo que quiere al final el personaje de Pattinson. Realmente, puede ser, ¿arrepentimiento? Lo dudo. El Vampiro ha arrasado con todo, ya no queda sangre que chupar. Antes que desaparecer lentamente, más vale consumirse por el fuego lo más rápido posible. Pattinson no quiere cortarse el pelo. No, tan solo quiere que algo suceda. Nada le sacia.
Un mundo infectado de ratas y donde la peste y el escorbuto ya no se transmite por los barcos, sino por transacciones internacionales de dinero.
Sálvese quien pueda.
Fe de erratas: Me informa mi padre que el escorbuto no se transmitía, que surgía en las travesías en barco por no tomar vitaminas. En fin, tendré que leer más la wikipedia… :P
Gran articulo.
Gracias
¡A ti por leerlo!