Cosas de la edad (Guillaume Canet)

Guillaume Canet sorprendió en 2006 con su ópera prima No se lo digas a nadie, un elaborado thriller muy bien tejido a nivel de puesta en escena como para ser su debut tras las cámaras. En ese momento, Canet ingresó en la lista de cineastas jóvenes del país galo que podían ser de referencia en los años venideros. Tras volver a convencer con la muy diferente Pequeñas mentiras sin importancia, el francés cosechó un ligero resbalón con Lazos de sangre, un film del que se esperaba mucho por trama, reparto y guion (que contaba con la colaboración del gran James Gray), pero que se quedó simplemente en una pieza interesante. Con su último trabajo, titulado Cosas de la edad (Rock’n Roll), Canet ha intentado realizar una autobiografía alejada de lo real, en un nuevo giro temático que quizá no haya salido tan bien como se podía esperar de su parte.

En Cosas de la edad, Guillaume Canet se retrata a sí mismo en medio de la llamada “crisis de los 40”. Durante un rodaje en el que desempeña el papel de padre de la protagonista, la joven Camille Rowe, el actor descubre que la opinión que se tiene de él no es precisamente la de un tipo apasionado, informal y lozano. Y no es de extrañar, ya que si Canet resulta demasiado melindroso en su trato con los compañeros de profesión, su carácter es todavía más plano cuando llega al hogar que comparte con la extraordinaria Marion Cotillard, a la que todo el mundo alaba por haberse introducido en el ‹star-system› de Hollywood. En esas, Canet piensa que ha llegado el momento de dar un cambio radical a su figura, tanto a nivel de comportamiento como en un sentido estético.

Como cineasta, lo que Canet plantea con Cosas de la edad es una especie de cruce de temáticas en las que se entremezclan varias crisis personales: la existencial motivada por la edad, la del intérprete que no ve evolucionar su carrera como debería y la matrimonial ante la falta de la pasión de años pasados. Sin desvelar demasiados detalles posteriores, también se introducirá otra cuestión que acabará por ser de las más importantes de la película como es la búsqueda de la aceptación por parte de los demás. Un revuelto de ideas que, unidas a la siempre difícil tarea de retratarse a uno mismo en pantalla sin que parezca que se está sucumbiendo ante el ego, no deriva en un resultado demasiado positivo. Si bien se entiende el mensaje que Canet quiere trasladar, su ejecución dista de ser notable. Además de la propia mezcolanza de ideas, la propia puesta en escena no nos termina de llevar hacia ese nuevo mundo personal que explora Canet y nos deja incluso varios momentos al borde del ridículo. Lo que en la primera parte de obra parece ser un ejercicio de reflexión acerca del terrible paso del tiempo en el mundo interpretativo, que probablemente habría redundado en un film bastante interesante aunque poco original, deviene en una segunda parte de cinta disparatada, con un contexto loable (se pueden trazar ciertos paralelismos con lo que sería una defensa de la libertad sexual) pero que termina sepultado por su propia concepción.

Sería tan ilógico castigar a Guillaume Canet por explorar nuevos terrenos como sobrevalorar Cosas de la edad esgrimiendo ese mismo motivo. La película posee muy buenas intenciones y, de base, ya supone un atractivo para el espectador el observar cómo un cineasta conocido busca retratar su propia vida (o lo que podría ser su vida). Que el protagonista de todo ello sea un tipo de cierto interés como Canet, sin embargo, tampoco basta para justificar que dicho interés se traslade a la ficción, entre otras cosas porque lo que acabamos viendo en pantalla poco se parece al propio Canet. Ni siquiera la presencia de Marion Cotillard, con un papel muy tenue para su calidad (aunque justificado, eso sí, por necesidades del guion), es un argumento de peso para reivindicar la decepcionante caricatura en la que se convierte Cosas de la edad.

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