Para muchos reclusos no hay vida más allá de la cárcel, la condición de presidiario es una marca que los excluye de la sociedad “civilizada” a la que entran a ser vistos solo como parias sin oportunidad de redención. Es por esto por lo que es común que se aferren a la fe y a la palabra de Cristo, porque de entre todos ese ser improbable es el único que promete el verdadero perdón. Este y otros serán los temas para tratar en Corpus Christi, donde conoceremos la historia de Daniel, un joven delincuente que acaba de salir del reformatorio y que al llegar a vivir a un nuevo pueblo decide fingir que en realidad es un cura para no ser juzgado solo en base a su historial criminal.
Daniel está lejos de ser un santo, no tiene reparo de cooperar con delincuentes, es fiestero, sexualmente promiscuo y le gusta el consumo de drogas, aun así su interés por la religión no es meramente oportunista sino que nace del ideal de tolerancia que encuentra en ella, en este sentido es importante el contraste de las formas religiosas del reformatorio con las del pueblo, el pastor de la cárcel es uno que se esfuerza por incentivar a los reclusos a confiar y creer en el mañana, un mañana en el que puedan ser ciudadanos respetables que influyan positivamente en sus comunidades, por otro lado el culto del pueblo es el típico rito conservador donde la misa es una rutina de rezos a la que se asiste más que nada por costumbre.
Es importante reparar en la mirada que hace la película sobre la religión conservadora y de cómo ésta en muchos casos se convierte en un caldo de prejuicios paradójicamente contrarios al dogma de «no juzguéis que seréis juzgados». Y es que hay una trama en el relato que envuelve la historia inicial de Daniel y que consiste en un reciente accidente de coches que acabó con la vida de varios de los jóvenes del pueblo, suceso del que los habitantes han hecho responsable a un conductor con fama de alcohólico, pero como este también murió en el accidente, han recurrido a desquitarse con la viuda. Y aquí es donde Daniel encuentra la posibilidad de redimirse, abanderándose de la causa de la viuda y poniéndose en contra de todos aquellos que, cegados por el dolor, actúan de manera arbitraria e inmoral.
En cuanto a la estética en la película domina un verde duro que duplica la fuerza de la mirada profunda de Daniel, así también resalta la presencia del blanco y altos contrastes en la luz que nos acercan al luto y a una presencia divina que en algunos compases se vuelve inclusive sanguinaria. En cuanto a las formas narrativas la película no es muy ambiciosa, aun así, el peso del guion y las buenas interpretaciones hacen lo suficiente para que la cinta cumpla con creces su propósito e invite al espectador a reflexionar activamente sobre los temas puestos en la mesa. Y es que la historia, partiendo de estereotipos clásicos como el alcalde avaro, el pillo gañan o la adolescente rebelde, sabe hilar su discurso de tal forma que es capaz de conectar con facilidad con las distintas caras de la sociedad a las que todo esto afecta.
Por todo esto Corpus Christi es un drama bien cocinado que si bien critica las religiones cristianas o católicas, también reivindica muchas de sus formas y constructos filosóficos que hoy en día siguen siendo válidos e importantes de recuperar o reproducir en un mundo donde en los años recientes se ha venido acrecentando la intolerancia y la incapacidad de perdonar y dar segundas oportunidades a los individuos que erran.