Corpo elétrico es un estudio de juventud a través de la paradójica faceta que atiende tanto a su individualidad como a su necesidad de interacción constante, a través de esa forma de entender la vida que resulta en una sucesión de encuentros e instantes destinados a no dejar más huella que la que destila uno en concreto. El joven Elías, protagonista, gay brasileño de veintitrés años, dormita con ojos abiertos las horas de luz y súbitamente despierta a la vida cuando el sol se acuesta, respirando libertad mientras deambula por las calles junto a sus compañeros de fatigas. El verano se acerca y Elías sueña con ver el mar, pero sus responsabilidades en la fábrica textil crecen a medida que las vacaciones se aproximan, lo que le obliga a hacer horas extras. Una noche, tras una larga jornada de trabajo, sale a emborracharse junto al resto de trabajadores, con quienes ha conseguido socializarse en horas laborales. Esta resulta ser la primera de muchas otras noches similares, durante las cuales se suceden acercamientos y desencuentros, pasiones fugaces y disputas entre los miembros del grupo, mas todo ello desde el hedonismo más absoluto. Una mañana, Elías se enfrenta con la realidad. Su patrón le convoca en la fábrica para ponerle seriamente bajo aviso. Ciertos rumores que han llegado hasta sus oídos le obligan a informar al joven que las relaciones personales y las profesionales no deben interceder jamás por su propia integridad como trabajador.
Es precisamente ese aura de hedonismo lo que caracteriza a Corpo elétrico, aunque el prisma desde el que lo retrata el cineasta lo convierte en un placer desapegado, con el cual es difícil conectar. Llegamos a conocer a los personajes mucho después de que ellos hayan tomado contacto, entramos de golpe en sus escapadas nocturnas, en mitad de sus largas e inconexas conversaciones sobre asuntos que nos son indiferentes o desconocidos. Palpamos la vivacidad que desprenden, su fuego, sus ganas de romper esquemas sin ni siquiera pretenderlo, pero no conseguimos compartirlas y desde la oscuridad del patio de butacas nos sentimos como esa persona que nunca termina por encajar en las fiestas. Nos vemos incapaces de participar del disfrute por tratarse de uno que carece de contenido, uno que empieza y acaba cada noche y cuyas únicas marcas que deja son físicas. Cansancio, ojeras, resacas. Marcelo Caetano, director del largometraje, nos explica que no sirve de nada aspirar a la conquista de un instante profundo, significante, pues este no tendrá valor alguno en los tiempos que corren. Nuestras experiencias son de quita y pon, de reducida factura, al igual que las prendas que manufactura la fábrica de Elías y que él mismo diseña, tal y como diseña y viste sus noches, sus aventuras, sus amantes. No obstante, esto no las arrebata su importancia. Más aún, este desarraigo personal de los acontecimientos es lo que proporciona a Elías el máximo disfrute. Tras haber trabajado un tiempo junto a un compañero de la fábrica, una noche ambos hacen el amor en casa ajena. A la mañana siguiente, su relación no ha cambiado respecto la jornada anterior, nada se aferra a nada ni a nadie y no hay sentimientos de por medio, no tanto por temor al rechazo sino por carecer estos de importancia. Así es que el único personaje que se aleja de esta perspectiva es el hombre maduro y de cierto nivel adquisitivo con quien Elías se acuesta ocasionalmente y que sufre por dentro cada vez que el joven protagonista rechaza sus tentativas de exclusivizarle.
Es Corpo elétrico una película actual, brutalmente actual. En forma y fondo.