La dialéctica como arma de doble filo. Si bien el cine de Corneliu Porumboiu no ha dejado de avanzar en un compromiso formal cada vez más férreo —algo que ya se deducía de su inclinación al uso del trípode en su ópera prima, 12:08 Al este de Bucarest—, el fondo de una obra casi siempre disociada del terreno a priori dominante, ha marcado unas claras constantes mediante las que el rumano no ha cedido en su empeño por analizar de un modo casi clínico el medio en el que trabaja. Algo que, más allá de sus implicaciones, se ha podido deducir en una obra dedicada a ese estudio, y postergada en una inclinación discursiva que no siempre ha requerido de esa cualidad para marcar unos parámetros: el espectador juega un papel tan importante como el del propio Porumboiu en su cine. No es que a través de esta afirmación se desprenda que el cineasta deja sus reflexiones únicamente en manos de la audiencia, delimitando un espacio mediante el cual trazar deducciones no extraídas del propio texto, más bien se trata del modo de sugerir en ese texto todo aquello que delimita —o, incluso, deja de delimitar— la introspección realizada.
En ese sentido, Policía, adjetivo probablemente sea uno de los trabajos donde más recovecos se advierten en su filmografía, y es que si en films posteriores como When Evening Falls in Bucharest or Metabolism o The Second Game se proponían —debido a su naturaleza, entre otras cosas— con cierta direccionalidad temas más valiosos en el devenir de Porumboiu como creador, es en su segundo largometraje donde todo se sustrae de una reflexión igualmente poderosa pero, en apariencia, más alejada del medio. De este modo, el habitual estilo del cineasta —disgregado (parcialmente) en pocas ocasiones, una de ellas esa El tesoro cuyo estimable fondo bien podría hallar concomitancias con esta Policía, adjetivo— vuelve a surgir en un terreno donde sus habituales bloques cobran mayor sentido que nunca, y es que, ¿hay mejor modo de definir la nimiedad que mediante esa estructura donde el diálogo se impone a la intrascendencia de la acción para abrir nuevas vías?
Así, el engranaje armado en Policía, adjetivo no encuentra razones sólo en su título y las disertaciones que lo definen, también lo hace en una estructura que, como viene siendo habitual en el cine de Porumboiu, resulta capital en el momento de comprender y considerar la verdadera esencia de la obra. Alejada, como no podría ser de otra forma, de la condición suscitada por los enlaces genéricos que a priori debería trazar —incluso acercándonos a un cine cuya autoría no atiende a convenciones—, la cinta explora un enlace efímero que se reproduce a través de su configuración; la imagen no hace sino suscitar un plano distinto, aquel entorno al que la misma complexión del formato se minimiza para coartar las propiedades del género. Con ese gesto no busca Porumboiu dotar de una mayor importancia a los segmentos en los que finalmente desarrolla ideas e inquietudes tan significativas como su sugestivo fondo, más bien deconstruir aquello que no es sino un pretexto para el rumano, una mera hipótesis —como las del protagonista ante la situación que le toca afrontar, o aquellas que encara lenguaje (o diccionario) en mano— acerca de la que desarrollar otro juego intertextual, de esos que muy pocos cineastas han demostrado saber madurar así, no con una lucidez y determinación dignas de un autor al que calificar de distinto sería poco menos que una descontextualización: como si a él le quitasen sus categorías para confrontar una baraja que carecería de completo significante sin esas inimitables metástasis.
Larga vida a la nueva carne.