Si en algo sobresale el cine de Davi Pretto desde que realizara su primera incursión en la ficción hace ya casi una década —cuando su segundo largometraje tras el documental Castanha pasaba por la Berlinale— es sin lugar a dudas en esos paisajes agrestes y en ocasiones áridos que componen el paraje desde el que desarrollar esa suerte de thriller rural con notas de western desde el que dar pie a una veta social que pese a que se difuminaba en la constante deriva a la que apelaba Rifle, su anterior trabajo, Continente encara con mayor aplomo. La distancia que traza ya desde sus primeros minutos cuando Amanda, la hija de un terrateniente del lugar que afronta sus últimos días, llega al poblado, donde serán recibidos tanto ella como su pareja por una turba que se desplaza con extraña pesadumbre, se desliza desde ese momento por todo el relato sin ambages de ningún tipo.
El retrato realizado por Pretto, sin embargo, huye de los estereotipos del thriller rural más arquetípico; en Continente no hay ‹rednecks› o seres amorales, sino más bien individuos azotados por su condición social y por un contexto desfavorable. De este modo, el habitual choque entre la presunta civilización y lo rural arroja un foco distinto, que asimismo sirve para ir dando forma al tono del film, alejado quizá no de las tensiones e inquietud que se sustrae en ocasiones de dicho contexto, pero sí al menos de enfrentamientos derivados del mismo. Y es que aunque nos encontramos ante esas advertencias, incluso intimidatorias, derivadas de quien ve su terreno y estatus amenazado, no se llega a desatar en ningún momento esa violencia, ya sea física o verbal, tan latente en el género y habitualmente ligada al modo en cómo confrontamos lo ajeno.
Por contra, sí se deslizan tensiones internas que manan de los habitantes de ese pueblo y de la coyuntura que se desatará ante un nuevo escenario, ese contemplado ante la llegada de Amanda y el esperado deceso de su progenitor. Ello derivará en disputas, alguna situación anómala para la recién llegada e incluso conflictos que desembocarán en medidas extremas, haciendo de alguno de los avisos que recibirá la protagonista casi una nota a pie de página. Esto se traduce en una atmósfera enrarecida, cercana en cierta manera a otros títulos de cariz social del cine brasileño de género tales como Trabalhar cansa (Marco Dutra & Juliana Rojas, 2011) o la más reciente Propriedade (Daniel Bandeira, 2023), que sin duda es capaz de certificar el potencial de las imágenes tejidas por Pretto y de su sugestiva idea central, si bien casi nunca encuentra el modo de explotar adecuadamente unas virtudes latentes, pero no desplegadas con la fuerza necesaria.
Es por ello que podríamos decir que estamos ante una obra que, sin ser del todo fallida, no alcanza sus objetivos. Ahí está la rugosidad de su discurso y la fiereza que parecen atesorar sus imágenes en esa poderosa parábola sobre cómo se retroalimentan los distintos ejes que conforman la sociedad, llegando a establecer una relación vampírica desde la que hacer pervivir su vínculo central, pese a no adquirir el calado oportuno. Puede que ello se deba a esa narrativa que, aunque comienza dotando de los estímulos y la información adecuada en sus primeros compases, va viendo como una morosidad patente se apodera de ella, o de un estancamiento en la premisa central y su propio desarrollo; quizá todo ello certero reflejo de una sociedad que no encuentra nuevas vías desde las que avanzar, pero a fin de cuentas un tanto obtuso en cuanto a desarrollo y tratamiento se refiere. Sí se agradece, por otro lado, una en parte huida de los tropos habituales del género para dar pie a la composición de atmósferas más o menos sugerentes que esperemos en un futuro veamos estallar, llegando hasta las últimas consecuencias.
Larga vida a la nueva carne.