John Hull comenzó a perder el sentido de la visión en 1980. Tres años después la ceguera fue casi completa. La inquietud por su nueva situación como persona invidente, amplificada con su oficio de teólogo, docente y escritor, unidos todos esos factores a la incomprensión por lo sucedido en su vida, se sumaron a un enfoque pragmático para mantener el recuerdo visual de su mujer, hija y seres queridos. Unas necesidades que lo impulsaron a grabar las experiencias, sensaciones y novedades en su forma de sentir, transitar y formar parte de un mundo más oscuro desde una evidencia física, pero luminoso desde una perspectiva renovadora. Esta es su película.
Los directores Pete Middleton y James Spinney ya rodaron un cortometraje con el mismo título en inglés —Notes on Blindness— en 2014 que incluía imágenes del anterior Notes on Blindness: rainfall de 2013. Frente a la síntesis de los doce y cuatro minutos respectivos en ambos trabajos breves, el largometraje posterior supone una prolongación de sus precedentes, más costosa económicamente, de producción muy elaborada pero igual de efectiva que sus antecesoras. Las notas sobre la ceguera que prologaban los dos cortometrajes, componen un documental que aborda las cintas de voz grabadas mientras sucedían los hechos narrados. Además del libro Touching the rock, entre otros textos escritos por su protagonista, el teólogo John Hull, nacido en Australia aunque residente en Londres. Pasados los cuarenta años, él comenzó a sufrir una pérdida de visión que se complicó progresivamente, hasta llegar a la invidencia total.
El largometraje recurre al género documental como estilo, sin renunciar a una técnica próxima al cine de ficción con actores que recrean las secuencias, monólogos y situaciones contadas por el implicado. Pese a ciertos testimonios, las palabras de Hull son recitadas por el intérprete sin recurrir a la voz del mismo, sino a las propias grabaciones en casetes que registró el protagonista. Esta mímesis del actor con el retratado facilita la credulidad del espectador respecto a las experiencias mostradas. Una veracidad que se completa con las ensoñaciones del biografiado, momentos más cercanos a la fantasía, la imaginación o tal vez los sueños y pesadillas que acompañaron la transformación vital hasta ser una persona invidente.
Sin abusar del drama ni el dogmatismo, el tono didáctico en la voz del docente empuja el enfoque del film a un terreno cercano a la historia de superación, salvando la tendencia al manual de autoayuda, pero sin dejar fuera del metraje cierta propensión a la poesía como técnica audiovisual y narrativa. Tal vez no ayude la longitud de un metraje que frena el ritmo del conjunto, algo errático en concisión argumental, progresión de las escenas y llegada del clímax. Por momentos hay descripciones que llegan sin filtros, tanto a la mente como al corazón del público, mientras que en algunos casos la opacidad sensorial llena de confusión la pantalla. Estas elecciones de estilo juegan a dos niveles con el espectador, apelando a la subjetividad de cada uno de los que ven el film desde la butaca. En mi caso reconozco que la intención de la película para conseguir una empatía por la posibilidad de quedarnos ciegos en circunstancias accidentales o naturales es válida sobre todo desde un punto de vista ensayístico, de la misma manera que plantean los cineastas, enfocando el film como si fuese un estudio del caso con interludios poéticos.
Por una parte se vislumbran secuencias llenas de fuerza como son la visita a un templo para recorrer con la vista debilitada los techos, columnas y demás elementos arquitectónicos. Ese deseo de mantener en la retina los recuerdos visuales antes de perderlos, logra varias escenas que inoculan de vitalidad y emoción a la historia. También mejoran el conjunto las escenas en las que surge el agua como energía que ayuda a Hull en la percepción del entorno por medio del sonido de las gotas de lluvia que chocan con los objetos, plantas y edificios. O cuando una ola inunda el espacio en el que se encuentra dentro de sus sueños.
Contemplación crece por lo que sugiere, por los pensamientos o diálogos que motiva tras su visionado. Tampoco engaña en sus modos audiovisuales, sin abusar de los atajos formales por desenfoques, eliminación de la profundidad de campo o el oscurecimiento de la escena. Es cierto que en varias ocasiones los emplea, pero sin llegar a desvirtuarlos por la repetición. Sin embargo su valor se multiplica en los planos generales que humanizan al protagonista enmarcado desde la entrada a una cueva cercana al mar. En los gestos de los seres cercanos. En esas estampas que permanecen como las que quizás John Hull recordase antes de quedar sumido en la penumbra.