La lucha obrera siempre ha tenido cierta consonancia e importancia dentro de una sociedad como la nuestra, y si bien es cierto que tiempos pasados fueron mejores, ha persistido un estrato de lo más significativo siempre que se alude a un concepto que las veces parece cosa de una época pretérita. Precisamente sobre los pasos de esa era vuelve Irati Gorostidi en su nuevo cortometraje, presentado en la Semana de la Crítica de Cannes, para situarnos en plena transición, para ser más concretos en 1978, en la fábrica de contadores de agua de San Sebastián donde se negocia un nuevo convenio convenio del metal. Gorostidi entabla con ello algo más que la reproducción de uno de tantos escenarios históricos, dividiendo la pieza en dos segmentos diferenciados tras una breve introducción, guiada por unos intertítulos que contextualizan el marco en el que se desarrolla la acción y una pequeña secuencia que los acompaña.
Es a través de esa segmentación en que incurre la cineasta como se establece un particular contraste entre las conversaciones que sostienen distintos militantes en el ámbito privado, dirimiendo cuál debe ser la línea de actuación, estableciendo además una interesante sinergia desde la que deslizar temas que nos acercan al ámbito social y que exponen, de un modo u otro, contrariedades para con un ideario que toma en todo momento una dirección clara. Es en ese gesto, donde surge quizá uno de los puntos más estimulantes de un trabajo como Contadores, que explora asimismo la forma de afrontar la atomización del movimiento obrero, aunque siempre desde una óptica realista, donde tanto los diálogos como el proceso se divisan mediante un prisma límpido, que no busca tanto un posicionamiento claro o suscitar una reacción en el espectador como sí realizar un retrato de lo más minucioso, aunque aportando una mirada personal, que no se perciba como el mero acto mecánico de representar un momento y situación históricos determinados.
Si bien Gorostidi nos acerca a una reproducción concisa, en la contribuyen especialmente la labor como director de fotografía de Ion de Sosa —anidada en ese pertinente 4:3—, que dota de un carácter propio a la imagen a través del grano y recrea ambientes y contextos con una precisión no exenta de detalles, donde destaca la dirección artística de Carmen Main, captando la esencia de otro tiempo, Contadores no deviene ni por un instante uno de esos productos fríos y calculados; lejos de ello, emerge como un pedazo de Historia desde el que dar vida a una era asolada por los hondos cambios donde el trabajador devenía una pieza más en esa lucha desde la que hacer oír su voz y acometer una serie de reivindicaciones afianzando así un rol sin el que resultaría imposible comprender los logros y el progreso conquistados a lo largo de muchos años.
Larga vida a la nueva carne.