Hong Sang-soo, Arnaud Desplechin, Aleksandr Sokúrov, Brillante Mendoza… son solo algunos de los nombres consagrados que nos ha traído la recientemente finalizada edición del D’A. Una apuesta segura, un sota, caballo, rey que podría criticarse en base a una cierta falta de riesgo y a la tendencia hacia un cierto conformismo “mainstream” dentro de lo que es el cine de autor. Maticemos el asunto: aunque esto fuera realmente así ¿qué hay de malo en traer autores cuyas obras son de distribución comercial limitada (en el mejor de los casos) o directamente inexistente en nuestro país? Solo por eso festivales como este se nos antojan necesarios.
Pero más allá de eso si algo demuestra el D’A año tras año, y este no ha sido la excepción, es que, más allá de los directores consagrados, hay una voluntad manifiesta de acercarnos a nuevos creadores, propuestas arriesgadas y, por decirlo de alguna manera, “consagrar” a directores prometedores como Porumboiu, por citar alguno.
No hablaremos aquí de títulos concretos (ya reseñados en la web), pero sí de que, independientemente de lo que nos puedan gustar más o menos algunos de los films presentados, se aprecia una voluntad que va precisamente en contra de lo comentado anteriormente. El D’A, se agranda y se amplifica sin caer en lo anodino, en el apalancamiento de un fórmula, que aunque puede funcionar corre riesgo de estancarse a sabiendas de que tiene un público fiel.
Una audiencia que se antoja cada día más amplia pero que no deja de exigir unos standares de calidad cada vez más altos. En respuesta a ello podemos decir que hemos asistido, ciertamente a proyecciones de films que superan el notable, por no hablar de obras maestras. Sin embargo, más notorio que esto es el hecho de que la calidad media del festival ha sido más que elevada. Pequeñas joyas a descubrir (como Baden Baden o John From) han elevado el nivel mediante el factor sorpresa, lo que demuestra que la selección de películas ha sido esmerada, precisa y correctamente planificada.
Una programación pues que se nos ha antojado compacta y coherente. Casi como si se desprendiera una cierta correlación, un mensaje transversal entre todas ellas. Una idea-fuerza quizás abstracta e indefinible en concepto pero que ha asentado el tono global de todo el festival. Pero volvamos a la crítica fácil: también se puede acusar de que el D’A no deja de ser un recopilatorio de grandes éxtios de festivales como San Sebastián, Sevilla o Gijón, pero no es menos cierto que no basta con ver películas en festivales, hay que saber articularlas, seleccionarlas de forma correcta, y en eso el D’A ha acertado plenamente.
Sí, quizás podemos seguir hablando de sota, caballo, rey como si fuera una cosa obvia y fácil. Pero no es fácil contar con una mano de tanta calidad. Y lo principal, no solo es tenerla sino saber jugarla de forma correcta, de no ir de farol con las cartas marcadas. Algo que podemos concluir que el D’A 2016 no ha hecho, más bien lo contrario. Una jugada inteligente y ganadora que augura próximas ediciones igual de exitosas y saboreables para los paladares amantes del buen cine.