Primer año, y un festival que presencialmente desconocía se ha abierto como uno de los proyectos más frescos y pequeños, que no inferiores, de la ciudad de Barcelona, para así acercar nuevas direcciones, nuevos talentos a los habitantes y turistas de la ciudad catalana, que probablemente no llegarían a ver en pantalla de otro modo.
El boceto es interesante para explorar formas arriesgadas de hacer cine, fuera de los márgenes e intencionadamente diferentes. Este esbozo se materializa como propuesta cultural de gran nivel, pero hace evidente una generalización negativa creciente en el cine independiente americano. Esto no excluye que nazcan obras más que interesantes, propias de la ola contemporánea de calidad.
El festival empezó por todo lo alto con un intenso día alrededor de Alex Ross Perry, una voz predestinada a la renovación de este cine independiente a partir de su extensa biblioteca de referencias mayoritariamente extraídas de ese mismo cine de los años 50, 60, 70.
A las cuatro de la tarde del 7 de marzo comenzó con la atrayente conferencia entre el director americano y Carlos Marqués-Marcet, un diálogo sobre la producción y financiación tanto del cine independiente de Estados Unidos como el español o catalán, que desembocó en la insólita proyección de Golden Exits después de haber saboreado el ambiente entusiasta y amigable del festival. Un proyecto relajado, pero cuidadoso.
Golden Exits o el cine de Alex Ross Perry corona una generación rica del cine indie, de aquella que florecieron directores con vocabularios originales pero cercanos al pasado y su historia cinematográfica, que hace años estrenaron sus primeras películas y que ahora empiezan a hacer madurar su voz, como el nuevo film de Chloé Zhao, The Rider. Hipnótica película que con una renovación del género western más próxima al cine intimista y cercano a la exploración de los comportamientos humanos, y la inmensidad de sus paisajes te cautiva a pesar de su estructura y narrativa clásica, que poco arriesga.
Aaron Katz, otra de esas interesantes miradas y desconocida en Europa, pero que a pesar de las buenas intenciones el resultado de Gemini, un thriller sobre la compleja relación entre una asistente personal y su jefa, una estrella de Hollywood, es demasiado ambicioso y poco resolutivo, más cercano a una anécdota que quería llegar a otra cima.
Pero si hay un film a destacar de esta generación y una voz propia y compleja, cercana a las disconformidades y dificultades del comportamiento humano, de su miseria, es Eliza Hittman con su Beach Rats, proyectada en Sundance y en el festival de Locarno el año pasado. La química entre la cámara de Hittman y la impresionante interpretación de Harris Dickinson elevan este film que se valorará más en un futuro que en el presente.
A pesar de estar el festival interesado por encontrar nuevas formas, no lo consigue entre los creadores jóvenes, que se encuentran mayoritariamente en la sección Next, que nace del confort y estabilidad de los últimos años del cine independiente contemporáneo. Óperas primas, segundas películas ligadas a una forma de hacer estancada por sus precedentes y una corriente que últimamente no rejuvenece y empieza a mostrar sus frutos, resolutivos, efectivos, pero pobres en originalidad.
Estas voces resultan interesantes, pero a veces superficiales, como en la exploración de la cultura y tradición de una comunidad judía ultraortodoxa de Brooklyn en Menashe, un film clásico pero bien elaborado, gracias a sus interpretaciones y fotografía; o como los experimentos que suponen las agradables Brigsby Bear y Patti Cake$, que no profundizan, ni van en busca de un recorrido que las haga únicas, pero al menos aportan una calidad artística superior que Weirdos, Dayveon o The Endless.
No toda la obra novel es oscura en América y siempre aparecen puntos de luz como la infravalorada y poco reconocida Miss Stevens de Julia Hart, que elabora un mapa de recuerdos, amistades y relaciones entre unos jóvenes y su profesora, magníficamente interpretada por Lily Rabe, una de las brillantes actuaciones que se nos ha brindado estos últimos años.
Este problema del cine independiente que tanto debatimos estos días del festival y que parece que no sólo son rumores, sino evidencias en las nuevas formas, lo alude la parte documental que propuso el Americana, con dos increíbles películas: Ex Libris: The New York Public Library [reseña] de Frederick Wiseman y Jane [reseña] de Brett Morgen, de las cuales hablé hace unos días y The Work, un buen pero crudo documental sobre la terapia colectiva en una cárcel de Estados Unidos.
En ese país, tan admirado por otros, tan apreciado para ellos, por suerte el cine indie sigue mostrando una imagen que se aleja de ese ideal, está destinado a criticarlo y, a pesar de sus fallas, se nos presenta en cada edición del Americana.